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La pesca trágica (Paisajes cubanos)

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De nuevo buceamos en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España para traeros esta pequeña joya. Procede de Por esos mundos, una revista ilustrada editada en Madrid durante el primer cuarto del siglo XX, entre 1900 y 1926. Este artículo apareció en el número 216, del 1 de enero de 1913, en su apartado Viajes y costumbres, páginas 29 a 31.
     Como siempre, transcribo fielmente el original, sin actualizar grafías, ortografía ni puntuación, con el objetivo de conservar ese sabor a viejo que tanto nos gusta.

PAISAJES CUBANOS. LA PESCA TRÁGICA

Diariamente, al romper la aurora, unas veces á las seis, otras á las siete, según la estación, sale de la bahía de la Habana el remolcador que arrastra mar adentro la gigantesca gabarra donde los carros encargados de la limpieza fueron amontonando, durante el lento transcurso de la noche, los detritus de la capital.
     El vaporcillo avanza intrépido, repitiendo ante las olas, con su movimiento de popa á proa, una especie de voluntariosa afirmación, y su chimenea humeante traza un brochazo blanco en la alegría azul de la mañana. Tras él, á corta distancia, va la gabarra: aparece medio hundida, como jadeante, bajo el peso de las basuras que el sol naciente pinta de amarillo; y aquellas inmundicias forman una pirámide de varios metros de altitud, un á modo de peñón flotante, cachazudo, entre la inmensidad verdosa del Océano y la canción esplendorosa hecha con añil y diamantes, del cielo tropical.
     El remolcador camina algunos momentos paralelamente á la costa y endereza luego su rumbo hacia el sitio que barre la corriente mundial del Golf-Stream [sic], corriente formidable, peregrina de todas las latitudes, que parece llevar consigo alguna recóndita inquietud del planeta. Una vez allí, el vaporcillo se detiene, y sobre el alboroto de aquellas olas andariegas, los tripulantes de la gabarra abren unas compuertas, y el agua invade rápidamente el interior del enorme lanchón, vencido bajo pesadumbre tanta; éste va tumbándose hasta que, de pronto, el promontorio de basuras, vestido generosamente de oro por el sol, se resquebraja y desconcierta, pierde su equilibro y cae al mar; la caída es terminante, á plomo. Después, el remolcador, dando una airosa media vuelta, emprende el regreso á la bahía, y la gabarra, completamente deslastrada, brinca alegre y grotesca sobre las aguas, con una alegría de animal que vuelve del trabajo.
     Las inmundicias quedan allí vaheando al sol un aliento de muerte, y poco á poco van dispersándose, azotadas por la impaciencia nerviosa del oleaje y del viento; algunas desaparecen pronto en el abismo; las demás, arrastradas por las ondas filantes, derivan hacia el Norte, tendiendo sobre el mar un camino pestífero, de muchos kilómetros.
     Los tiburones no faltan nunca á este copioso festín; llegan en legiones, y allí es donde los marineros, conocedores de sus mañas, acuden á pescarlos.
     Allí también fuímos nosotros, embarcados en un botecillo de doce pies de eslora. Éramos cinco. Arrióse la vela, y situados á barlovento para evitar las emanaciones malsanas de las basuras, comenzamos á preparar los anzuelos. El calor no molestaba aún; la brisa mañanera, fresca, retozona, peinaba con sus ágiles dedos la crestería espumeante de las olas; lejos, á una distancia mayor de seis millas, aparecían los bélicos perfiles del Morro y la Cabaña, y más allá, hacia poniente, el pintoresco caserío habanero, tendido gozosamente á lo largo de la plaza, bajo la magnificencia religiosa del sol.
     Un silencio absoluto rodeaba nuestra barquilla, pequeña, blanca, frágil, meciéndose rítmicamente sobre el abismo como una cuna. Los terribles escualos, reyes del mar Caribe, á cuya voracidad va unida una fiera leyenda de sangre, voltigeaban á nuestro alrededor como revolcándose entre los montones de basura; sus aletas dorsales, bruñidas por la luz, al cortar veloces el cristal de las aguas tranquilas, dejaban tras sí un rastro de espumas; se hundían, volvían á la superficie, trastornados por el regocijo de su digestión; algunos se aproximaban á nuestro esquife, cual si adivinasen que allí también había una presa. Inclinados sobre la borda los veíamos pasar suspendidos en la penumbra verdeante del abismo, con sus cabezas achatadas y enormes, el formidable timón de su cola y sus grandes aletas pectorales, dotadas de supremo vigor. La muerte nos rondaba, y esto me producía la exquisita emoción de terror que inspiran las simas.
     Al decir de los pescadores familiarizados con ellos, los había de muchas clases: zorros, cornudos, dientuzos, pintarrojos, alecrines, cabezas de batea... etc., toda una nomenclatura gráfica y colorista, que seguramente no figura en ningún tratado de Historia Natural.

     Los anzuelos, cebados con doradas carnazas, flotaban á una profundidad de quince ó veinte metros, y aquellas carnazas, irisadas extrañamente por la luz, tenían la alegría triunfal de las esmeraldas. Los marineros nos aconsejaban:
     —Cuando un tiburón "pica" hay que "darle cordel", porque el animal, al sentirse herido, se hunde instantáneamente, y es inútil y temerario sujetarlo.
     Y añadían:
    —Son muchos los pescadores que por hacerlo así fueron precipitados al mar... y no volvieron.
     Estas historias trágicas, sin gritos, desarrolladas en el silencio —silencio de infinito— del Océano, exacerbaban mi inquietud. Arrodillados sobre las bordas temblequeantes del bote, todos mirábamos hacia el abismo, el alma entera puesta en las carnazas verdes y brillantes. Los escualos se acercaban á ellas, alejábanse lentamente, volvían de nuevo, fluctuando quizás entre su glotonería inexhausta y el presentimiento de un peligro. Nadie hablaba á bordo. Los últimos montones de basura, arrastrados por el Golf-Stream, desaparecieron en el horizonte; el viento se había "echado"; cegaba la luz; abrasaba el sol; ya no se veía la costa; una luminosidad indescriptible, genuinamente tropical, flotaba sobre la superficie reverberadora, con reverberación furiosa del Océano dormido.
     Transcurrió otra hora, de angustiosa espera; los tiburones no se iban, pero tampoco parecían propicios al ataque. ¿Qué extraño recelo agitaba sus cerebros obscuros?...
     De pronto, uno de ellos, el más grande, se decidió; yo lo ví acercarse velozmente, dar una media vuelta que puso en un instante al sol la blancura de su vientre, y cómo en su bocaza, defendida por una triple fila de dientes, se apagaba la luz verde de la carnaza mortal. Inmediatamente el animal se hundió; más de cien metros de cuerda se llevó tras sí; luego, apenas sentimos que aquel primer impulso de fuga cesaba, todos, á la vez, empezamos a recobrar el cordel; el enemigo, trastornado por el dolor, volvía á la superficie; el botecillo, sin embargo, oscilaba rudamente bajo el esfuerzo de nuestros pies. Ya el tiburón estaba muy cerca, y sus aletas yacían abiertas, en gesto de súplica, cuando reaccionó; la claridad diurna le había despertado. Dió un coletazo formidable y tornó á hundirse. Lo dejamos ir. Así, cobardemente, permitiéndole marcharse unas veces y tirando de él otras, conseguimos fatigarlo.
     Miré á mis compañeros: les hallé graves, los labios contraídos, el ceño adusto, cual si aquel verdadero duelo á muerte comprometiese su dignidad; mascullaban los marineros palabras insultantes, y con el dorso de sus manos velludas restañaban el sudor que empapaban sus frentes. Era algo primitivo, sanguinario, evocador de los combates del hombre ancestral.

     Mucho tiempo duró la pelea. Al cabo, merced á terribles esfuerzos, el animal fué izado casi á la altura de la borda. El drama iba á tocar á desenlazarse. Mientras todos, agarrados al cordel del anzuelo, resistíamos los esfuerzos de la víctima, un marinero levantó entre sus brazos nervudos una barra de hierro, aguzada en forma de lanza, y esgrimiéndola cual si fuera un arpón, la clavó en el cráneo del escualo. Hubo un chirriar de huesos rotos, pero el hierro entró apenas; el segundo y el tercer golpe también fueron infructuosos. Loco de dolor, el tiburón se defendía, amenazando arrastrar el liviano bote tras sí, y su cola azotaba furiosa las aguas, levantando remolinos espumosos; todos estábamos empapados en agua y sudor, anhelantes, congestionados bajo el sol, que echaba sobre nuestras espaldas su abrazo de fuego.
     La barra de hierro, al fin, perforó los huesos del animal, que quedó suspendido de ella como de una ménsula. Otro marinero, entretanto, le rompía los dientes con una maza. Pero los estremecimientos agónicos del tiburón son temibles; era preciso desarmarle. Salieron á relucir los cuchillos y, en un santiamén, le cortamos la cola y las aletas, de donde aseguran los chinos que se obtiene un caldo excelente.
     No olvidaré nunca la expresión de aquella cabezota enorme, en cuya bocaza desquijarada por los golpes y en sus ojos inmóviles, amarillentos, la muerte extendía su majestad lívida. Después, la presa, viva aún, se hundió en el abismo.
     Enardecidos por el buen éxito del combate, preparamos de nuevo los anzuelos, y esperamos. La suerte tornó á favorecernos; cobramos otra pieza.

     A las tres de la tarde, tras nueve horas de lucha, volvíamos á tierra, tostados por el sol y la agria reverberación marina. El viento cantaba en la hinchada vela y el bote inclinábase gallardo sobre una de sus bandas; las aguas murmujeaban apacibles bajo el timón.
     Todos íbamos contentos, cual si aquellas escenas de sangre hubiesen servido de recreo á esa fiera que los hombres, aun los más mansos, llevan dentro. Y es que, repartida como se halla nuestra naturaleza entre las emociones antagónicas del Amor y la Muerte, no sabemos qué nos divierte más: si un placer ó un peligro.

Eduardo ZAMACOIS


Negra (Dalatias licha)

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Dalatias licha (foto: Rafael Bañón).

Negra

Dalatias licha (Bonnaterre, 1788)

(es. Negra, carocho; gal. Gata torpedo, torpedo; in. Kitefin shark; port. Gata.)

Orden: Squaliformes
Familia: Dalatiidae

En mayo pasado aparecía en la playa de A Lanzada un extraño bicho que llamó mucho la atención de propios y extraños. Las fotos, en las que se apreciaban sus enormes dientes inferiores, no tardaron en circular masivamente por las redes sociales. Mucha gente se mostraba alucinada —en algún caso dejando traslucir una pizca digamos que de desasosiego— al conocer que en nuestras aguas habita un tiburón de aspecto tan particular e inquietante. Y la verdad es que razón no les faltaba, al menos en parte. La negra o carocho es un bicho fascinante, misterioso, con la enigmática y desconcertante belleza que solo pueden tener los tiburones de aguas profundas (si, ya sé, esto es muy subjetivo). Pero al mismo tiempo es un voraz depredador, probablemente solitario, tan temible como versátil, dotado de una poderosísima mandíbula con la que ataca y devora todo lo devorable, incluidos otros tiburones. Además, la especial estructura de su boca y dientes le permite abalanzarse sobre presas de mayor tamaño y arrancarles pedazos de carne a la manera de sus compañeros de familia, los famosos tiburones cigarro (género Isistius): labios gruesos y carnosos que permiten pegarse como una ventosa a sus cuerpos; dientes superiores finos y afilados como ganchos, que ayudan a anclarse sobre la piel de la víctima, y dientes inferiores grandes e imbricados que actúan como una broca sacabocados [para saber más sobre los Isistius, véase estos dos artículos: El ataque del tiburón cigarro y Cuando el pez chico ataca al pez grande. El primero trata del primer ataque registrado a un ser humano y el segundo... a un gran tiburón blanco].
     No obstante, y como debería ser normal tratándose de tiburones (que al fin y al cabo no son otra cosa que peces), no hay ningún motivo para la alarma. Los dominios del Dalatias licha se encuentran bien lejos de nosotros, en el mar profundo, y además el pobre animal no sobrepasa el metro ochenta de longitud. Quien de verdad tiene motivos para preocuparse, y mucho, es él... y todos quienes deseamos que no desaparezca del océano. Su enorme hígado, rico en aceites, responsable de la flotabilidad neutra que le permite permanecer quieto sobre la negrura del fondo al acecho de sus presas, ha sido también la causa de su declive al convertirle en objetivo de la flota pesquera de profundidad, entre otros elementos (su carne también es apta para el consumo). Y ya sabemos cuál es el drama de los tiburones del mar profundo: su baja productividad, madurez tardía, gestaciones largas, etc. los hacen extremadamente vulnerables a la presión pesquera.


Descripción. Cuerpo alargado y cilíndrico, muy rugoso debido a los fuertes dentículos dérmicos. Morro muy corto y redondeado. Narinas en posición casi terminal, con solapas triangulares. Grandes ojos ovalados y espiráculos relativamente grandes y redondeados. Boca dotada de labios gruesos y carnosos. Aletas dorsales sin espinas y de ápice redondeado: la primera, ligeramente menor que la segunda, tiene su origen claramente detrás de las pectorales; la segunda, sobre la base de las pélvicas. Pectorales pequeñas y redondeadas y caudal grande, con el lóbulo inferior poco diferenciado y el terminal grande y bien marcado. Como todos los squaliformes, carece de aleta anal.
Color uniforme, negruzco o pardo negruzco a grisáceo, a veces con un tono violáceo. Los jóvenes pueden presentar las aletas con un fino ribete blanquecino.

Dentición. Dientes diferentes en ambas mandíbulas. Los superiores son largos y lanceolados, y se encuentran espaciados en cardas de varias hileras funcionales. Los inferiores son anchos, grandes y afilados como cuchillas, con bordes finamente aserrados, y están imbricados como formando un filo de sierra.

Izq: Foto de Asobi Tsuchiya, Wikipedia. Dcha: Detalle de la dentadura (foto: Rafael Bañón).
Talla. Máxima de al menos 159 cm, posiblemente hasta 182 cm. Al nacer miden entre 30-40 cm. Los machos maduran hacia los 100 cm y las hembras en torno a los 120 cm.

Reproducción. La información de que disponemos sobre la biología reproductiva de este tiburón sigue siendo limitada. Es una especie vivípara aplacentaria (ovovivípara) con saco vitelino. Camadas de 3 a 16 crías.

Prácticamente un neonato. Foto: CEMMA (Coordinadora para o Estudo dos Mamíferos Mariños).
Dieta. El Dalatias es un cazador versátil con una dieta variada compuesta fundamentalmente de peces de aguas profundas. Un estudio reciente¹ llevado a cabo en el Mediterráneo destaca que otros tiburones de profundidad constituyen una parte fundamental de su dieta: negritos (Etmopterus spinax), mielgas (Squalus acanthias) y olayos (Galeus melastomus). Esto puede deberse a una estrategia para eliminar la competencia de otros depredadores cuyos nichos ecológicos se solapan, o bien estas presas constituyen una valiosa fuente de lípidos para conservar su valioso hígado en buen estado de funcionamiento.

Hábitat y distribución. Especie demersal de la plataforma exterior y talud continental e insular entre los 37 m hasta, al menos, los 1800 m en aguas templadas y tropicales. Más común a partir de los 200 m. Se encuentra con preferencia cerca del fondo, aunque también en aguas intermedias.

Elaboración propia a partir de (2), (3), (4) y (5). Véase bibligrafía.
Se encuentra en aguas de todo el mundo. En el Atlántico NE, desde el N de las Islas Británicas y parte del mar del Norte hasta España y Portugal, hasta Azores, Madeira, Canarias, dorsal Atlántica, y Marruecos hasta Camerún. También en el Mediterráneo, particularmente en su área occidental, y los océanos Índico y Pacífico central y occidental.

Pesca y conservación. Aunque a nivel global, su estatus en la Lista Roja de la UICN es de Casi amenazado, las poblaciones europeas del Dalatias licha se encuentran En peligro.

Ejemplar de 135 cm aparecido en la playa de A Lanzada el pasado 17 de mayo. Venía con un palangre. Fotos superiores: Luis, de Portonovo; inferiores: Vanessa Rodríguez.
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Bibliografía:


¹Joan Navarro, Lourdes López, Marta Coll, Claudio Barría & Raquel Sáez-Liante (2014). Short- and long-term importance of small sharks in the diet of the rare deep-sea shark Dalatias licha. Marine Biology. doi: 10.007/s00227-0142454-2.²David A. Ebert, Matthias F. W. Stehmann (2013). FAO Species Catalogue for Fishery Purposes: Sharks, Batoids and Chimaeras of the North Atlantic. FAO, Roma.
³David A. Ebert, Sarah Fowler, Leonard Compagno, Marc Dando (2013). Sharks of the World: A Fully Illustrated Guide. Wild Nature Press, Plymouth. 
David A. Ebert (2013). FAO Species Catalogue for Fishery Purposes: Deep-sea cartilaginous fishes of the Indian Ocean. FAO, Roma.
Rafael Bañón, J. C. Arronte, Cristina Rodríguez-Cabello, Carmen Gloria Piñeiro, Antonio Punzón & Alberto Serrano (2016). Commented checklist of marine fishes from the Galicia Bank seamount (NW Spain). Zootaxa, 4067 (3), 293-333. http://dx.doi.org/10.11646/zootaxa.4067.3.2

El día del tiburón (1976)

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Bueno, que Dios me perdone si yo lo que quiero es cazar, matar, un "Carcharodon carcharias"—el fabuloso blanco de la película—; pero, vaya, si se pone a tiro, también que lo intentaría, intentarlo por lo menos, bien lo sabe Dios. Lo que sí quiero decirle a usted que me lee es que esta vieja historia de matar un tiburón, en mi vieja sangre de reportero, no es de ayer ni de hoy, es de muy lejos. Me viene arrastrando desde las playas calientes del Caribe, de aquel día en que contábamos historias de tiburones, por ejemplo, en la tabernita del viejo San Juan, en Puerto Rico, con el hombre de la argolla en la oreja derecha.
     —Pues—decía el capitán aquel— yo he encontrado en un plato de sopa de tiburón los gemelos de un viejo amigo mío. Los gemelos de su camisa. Estaba tomando una copa en el yate aquel de los cubanos mafiosos, cuando alguien le empujó, porque sabía mucho. Aquella era una playa de tiburones. Nunca más se supo de él hasta aquel día de mi sopa.

SON PELIGROSOS LOS TIBURONES QUE PASAN DE METRO Y MEDIO...

Tengo a mano, además, algunas preguntas que he hecho a Jerónimo Bravo de Laguna Cabrera, un joven sabio, a quien hemos encontrado en su laboratorio de Oceanografía de Tenerife, entre el inquietante mundo de sus peces, sus terribles y tiernos peces en los que trabaja. Bueno, bien es verdad que no es Hooper, físicamente, pero en Jutiología [sic] sabe un rato. Nos ha puesto encima de la mesa de trabajo aquel trozo de tiburón que ha extraído del fondo de la nevera, envuelto en un plástico y ha dicho al periodista:
     —¿Que si el tiburón es un animal feroz, matador? Pues mire: dada la enorme cantidad de especies que existen en el globo, prácticamente es imposible aventurar cualquier opinión o generalización sobre este asunto, en este sentido. En principio, sin embargo, se puede afirmar que todo tiburón de talla superior al metro y medio es peligroso. No obstante y a pesar de las inmensas investigaciones sobre el comportamiento de estos peces, no existen normas fijas que permitan asegurar en un momento dado si el tiburón va a atacar o no. Un mismo individuo que en aguas claras y de día, huiría de un submarinista o un bañista, al atardecer y en aguas turbias podría atacarlo simplemente por confundirlo con una posible presa. Hay una serie de factores, como la temperatura, que hacen que una especie sea muy activa y peligrosa en unas zonas, mientras que en otra se comporta de una forma distinta. Este es el caso del tiburón martillo, que en Canarias está considerado como inofensivo, y que sin embargo, en aguas más claras, del Atlántico, es temido por su agresividad.

MÁS DE VEINTISIETE ESPECIES DE TIBURÓN EN LAS ISLAS CANARIAS

Al sur de Lanzarote, salimos aquella mañana, desde la playa blanca, de Puerto del Carmen. El barco era rápido y limpio. Un barco para hacer pesca deportiva para turistas e iniciados. Veníamos buscando al inglés, al kenyatta, que vive en estas aguas hace años, uno de los grandes pescadores de estas latitudes, pero no fue posible. Así que subimos con Luis Lumpierre, el pescador de la gorra azul, aquel de los pies anchos y Juan Calvo, y Fernando Corujo, por ver si encontrábamos tiburón.
     —Oiga, que yo no lo garantizo. Llevaremos carnada, y si hay suerte... no hay quien diga, traeremos tiburón, porque no está atado a ningún sitio... ¿sabe, cristiano?
     De todas formas, Carchenilla estrenaba sorpresa y yo sentía que mi corazón hervía como una vieja olla al fuego. La pasión era mi fiel compañera de viaje.
     —Una vez iba yo ahí, justo donde está usted, y llevaba los pies dentro del agua, es más, atado a uno el hilo de un cebo puesto. Oigan, y no se lo querrán creer, pero enganché un tiburoncito, pequeño, pero vaya...
     Luis va quitándole la cabeza a las caballas, que serán nuestro cebo, bueno, el engaño del tiburón. He rezado algo por bajo, a la Virgen de los Volcanes, que allí tiene su ermita y que, desde aquí, blanquea, mientras dejo que el sol me dé en la cara y pregunto suavemente. Luis cuenta, sin levantar los ojos de las artes que prepara mientras el chico que le acompaña machaca sardina, y el caldero se va ensangrentando velozmente, alarmantemente:
     —Yo he matado más de cien tiburones.
     —¿Se dice pescar o matar?
     —Lo mismo da, pero nosotros decimos matar tiburón. Nosotros le llamamos al tiburón grande janeguín...
     Muerdo sin fumar de la pipa de maíz de Michigan que me ha regalado Juan, que aquí está deseando estrenar su trabajado traje de submarinista, porque a él le gusta la mar desde abajo.
     —¡Muchacho, tu sancocha, sancocha!...
     Lo dice por el chico, que con el mazo hace la masa del caldero. El barco suena toc-toc-toc. Lanzarote va quedando atrás y ahí tenemos la isla de Lobos con su farero al fondo, que quizá nos vea, y aquella calita increíble, donde bajan a bañarse los conejos.
     —Nosotros, en cuanto que esté listo lo de la caballa, vamos a ir echando, porque ya es hora, por si nos vienen siguiendo...
     Decimos que sí, y reunimos palabras, en la cubierta del barco, y cuando ya hemos perdido de vista Lanzarote, y estallan al sol las playas de Fuerteventura, al norte, Corralejo, el Náufrago, el bogavante, con la manchita de la Casa de la Ballena... Repaso estas notas al sol, oliendo toda la mar, escuchando al tiempo; toc-toc-toc. Jerónimo, en el Instituto Oceanográfico que decía:
     —¿Las clases de tiburón que hay en las Islas Canarias? Pues hasta ahora han sido descritas más de veinticinco especies, exactamente veintisiete, que corresponden a veinte géneros y a diez familias. En estas especies hay algunas que no sobrepasan los treinta centímetros de longitud total, como es por ejemplo la Negrita, y que vive a partir de los cuatrocientos metros de profundidad...; y hay otros como el Jaquetón, que ya hemos hablado, el "carcharodon charcharias" [sic], que alcanza los once metros de longitud total, siendo junto al Peregrino, que puede llegar a los quince, los mayores tiburones conocidos en estas aguas...
     Total, que nos van dando las horas aquí, bajo el sol que me encrespa. Juan fuma un cigarrillo. Fernando sueña un poco. Ángel otea el horizonte con sus ojos de acero. Luis narra aquel día que perdieron el sueco que pescaba y encontraron después el "peje cuero", o el tiburón de piel muy fuerte, que llevaba dentro su bañador, el bañador del sueco, oiga, que es de escalofrío. Nunca más se supo. Hay quien dice que también llevaba un zapato, pero no hay que olvidar que el tiburón tiene mucha literatura, y que es animal de muy mala prensa, como el lobo...
     Hasta que de pronto Luis ha levantado su mano, su gorra marinera que le trajo un alemán, hasta merecer el nombre de "Almirante Canaris", y ha dicho con una voz fuerte al tiempo que el sol se iba escapando:
     —Muchos días vamos a tiburón, y no encontramos. Y otros que salimos a pescar para llevar a casa lo elemental, se nos lleva toda la carnada...
     Así que a recoger las cañas plantadas, con el fuerte hilo, sin llegar a ser de cuerda de piano. Y a terminar de echar al agua el cacillo de salsa de sangre. Y a volver a casa con el alma en un hilo.
     Así que debemos esperar a que el inglés, el de Kenia, el hombre rubio, alto, vuelva de su silencio. Luis no ha tenido suerte y nos despide con una cierta amargura, con los pies clavados en la arena blanca de la playa.

     "El gran pez se movía silenciosamente a través de las aguas nocturnas, propulsado por los rítmicos movimientos de su cola en forma de media luna. La boca estaba lo suficientemente abierta para permitir que un chorro de agua atravesase las branquias. Apenas sí se notaba ningún otro movimiento. Alguna otra corrección de su trayectoria, aparentemente sin rumbo, elevando o bajando un poco una de sus aletas pectorales, tal como un pájaro cambia de dirección, hundiendo un ala, y alzando la otra. Los ojos no veían en la oscuridad y los otros sentidos no transmitían nada extraordinario al pequeño y primitivo cerebro. El pez podría haber estado dormido, exceptuando los movimientos dictados por inenarrables millones de años de continuidad instintiva: faltándole la vejiga de flotación común a otros peces y las temblorosas aletas con que hacer pasar el agua transmisora de oxígeno a través de sus agallas, sólo podía sobrevivir moviéndose. Si se detuviera, se hundiría hasta el fondo y se moriría de anoxia"...

     Total, que este hombre es Kenneth, este hombre que me tiende su mano grande y enérgica, y que se parece tanto a Chuck Connors, por ejemplo. Es un deportista nato, y un conocedor de la mar y su aventura. Lleva siete años en Canarias, aunque ha nacido en Kenia, entre los treinta y cinco y cuarenta y cinco años, y el sol le ha curtido la piel fuertemente, durante mucho tiempo de su vida. Se le nota también como una cierta transparencia de sentimientos, y me cae bien desde el principio, nada más subir a bordo del "Gladyus". Habla un español muy decente y sabe a lo que venimos.
     —Bien. Miren. Yo he traído el primer barco para pescar tiburón a estas islas, así que conozco mi oficio. Pero... Ya veremos. Eso no es fijo, senior. Usted puede salir al atún y pescar un tiburón azul, que allí llaman queya. O un pez martillo que aquí llaman aniquin... O un marrajo de cien kilos... pero... no obstante, vamos, vamos, aquí no hacemos nada.

LOS TIBURONES SE ESTÁN ACABANDO POR CULPA DE LOS JAPONESES

Vicente Mompó, presidente de la Cámara de Comercio de Albacete, ha venido también a la pesca del tiburón. Vicente es un enorme enamorado de la mar a vela, y no quiere perder la ocasión posible de vivir una "aventura como ésta". Ken sube arriba, a la toldilla superior, y aprieta el timón. Abajo, en torno a la silla giratoria, rodeados de cañas, biodraminados hasta el fin, como cada hijo de vecino, los alemanes toman el primer bocadillo de la mañana.
     —Bueno, la verdad es que hace seis años, cuando yo llegué aquí, había muchos más tiburones en Canarias, lo que ocurre es que se están acabando. ¿Y saben ustedes quién tiene la culpa? Pues, por ejemplo, los japoneses, que están acabando con toda la pesca de por aquí... Veremos a ver si hay suerte. No sé, parece que el día es demasiado tranquilo y conviene que haga algo de mar, por lo menos un poco de viento...
     —Oiga, Ken, y dígame usted —vamos arriba, dándonos todo el viento en la cara—: ¿cuántos tiburones habrá matado usted en su vida deportiva?...
     Ken hace unos números mentales.
     —Por lo menos, dos mil, en siete años...
     —¿Dos mil?
     —Oh, sí, dos mil... No es una cifra espantosa. Es natural, tenga en cuenta que salgo todos los días a pescar... Todos los días durante muchos años.
     Y ha seguido en lo suyo. Sé también que ha puesto banderillas de señales a más de quinientos tiburones. Esto es, a bordo lleva Ken unas tarjetas con una breve lanza que en algún momento deben colocar clavada en la piel del pez que encuentren. Digo piel, si es que es pez, como éste, sin escama. Es una marca que ellos anotan luego en una ficha que deben enviar a los Institutos correspondientes. 
     —De esas quinientas que hemos puesto, ya hemos tenido referencia de unos doscientos, y sabemos que, por ejemplo, dos que hemos marcado aquí, en estas aguas, han aparecido en las Bahamas, donde fueron pescados, y otros en Marruecos, y hasta alguno en Inglaterra, que eso es realmente difícil...
     Llegamos al punto, que otea con los ojos azules, o grises, según la mar que navegue en ese instante Ken. Ordena parar los motores. Todo está listo. A popa, la caldera con la carnada, que ya conocemos su fuerte olor a pescado macerado. Las cañas listas, relucientes, vibradoras. 
     —El tiburón está donde está el pescado... ¿No ve usted allí como una mancha de aceite? ¿Podría estar allí? Claro que sí... Vamos, vamos...
     Ken prepara los sedales, los carretes, coloca a los turistas, a los que salieron a la mar, tal día como hoy, a ver qué ocurre, a los que dicen que saben lo que es una caña, a cada uno en su sitio, canturrea, les da unas lecciones breves, los coloca en cada esquina, y sube arriba, donde hablamos. Me cuenta de la carne de tiburón que es buena, de aquel record de Dean, en Australia, llegando a pescar un tiburón inmenso de más de 1.000 kilos (exactamente, de 1.208 kilos), con una caña especial... O del matrimonio Dyer (Bob y su mujer), que están en todas las marcas, en las aguas calientes de nuestros antípodas... Del inmenso tiburón que hay en Méjico y en Sudáfrica... Repasamos recod y nombre, y ahí está Ken, con los peces difíciles, los duros pescados de la deportividad...
     —Y así es la vida, quizá hoy...
     Pero no está aquí en este instante. Sabe que sería hermoso que hoy cazáramos un tiburón, y lo desea con toda su alma, pero aguanta, como si fuera de granito. Toma algo, bebe un poco de algo y sigue mirando a su derredor, diciendo, en voz baja, tierna, suavemente:
    — ¡"Shark"!... ¡Hermano "shark"!... ¡Ven pronto!... ¡Te necesito!

LA MAYOR CONCENTRACIÓN SE PRODUCE EN AGUAS TEMPLADAS Y CÁLIDAS

     En el grupo de los tiburones existen especies pelágicas, batipelágicas y bentónicas. Las pelágicas viven entre los cero y los doscientos metros de profundidad, aproximadamente. Normalmente son especies de coloración oscura en el dorso y blanquecina en el vientre. La cola de estas especies pelágicas es parecida en general a los atunes, con la parte superior e inferior aproximadamente del mismo tamaño. Son activos nadadores y se alimentan especialmente de peces, como caballas, sardinas, atunes. Especies características de este grupo son el marrajo y la tintorera, también llamada en Canarias la sarda o aquella [sic]... Luego están los tiburones batipelágicos, que son aquellos que, sin vivir ligados al fondo, viven cerca de él y realizan a lo largo del día desplazamientos verticales en el seno de la masa de agua. Normalmente están a profundidades mayores de los doscientos metros. La coloración de los mismos suele ser oscura y, en muchos casos, negra. Es frecuente que presenten espinas venenosas en el borde anterior de las aletas dorsales. Como especies características podemos citar el cerdo marino, la mielga, el carocho... Y, en general, son activos nadadores que se alimentan fundamentalmente de peces y cefalópodos (potas, calamares) que con ellos comparten el mismo medio. Y, por último, están los tiburones bentónicos, que viven ligados al fondo. Son normalmente de pequeño tamaño, bastante sedentarios, con coloraciones en las que predominan los tonos amarillos con manchas negras. Se alimentan principalmente de peces de pequeño tamaño y de crustáceos, y se suelen encontrar a poca profundidad, sobre la plataforma continental.
     No es nuestro día de la suerte, eso es indudable. Ken, aun sin perder su gallardía, su empaque deportivo, está desilusionado. Pero damos vueltas y más vueltas y el viento no levanta ni suave brisa. Algo se ha pescado, claro que sí, para que se retraten los invitados a la excursión junto a sus piezas y sus cañas, el souvenir de los que fueron por tiburón y encontraron la pequeña y gracioas y riquísima vieja, por ejemplo, pero nada más. 
     —Ea... Volvamos...     Desde Arrecife vemos que viene un alto barco de vela. Trae las velas deshinchadas y los altos mástiles quietos. Suena el motor.  
     —Lo siento, seniores... Quizá mañana... 
     —No importa, Ken, viejo amigo, ya no importa...

A BORDO DE "EL DORADO", UN BARCO CON CIERTA HISTORIA

 
En mi libro de piel negra, lástima que no sea encuadernado en piel de tiburón, que todo se andará, dice, puede leerse, reunido de aquí y de allí:
     "El olor de la sangre es el reclamo más importante.
     "Ciertamente, aquel día en el "Indianapolis" hundido, el barco que había llevado la atómica hasta el Japón, murieron más de mil hombres devorados por los tiburones..."
     —¿Y a qué cosa atacan?
     —A cualquier cosa.
     —¿De veras? ¿A todo?
     —Prácticamente, sí, a todo.    
     Lo que sí está claro es que los tiburones hacen tantas cosas no características que el "azar se convierte en norma".
     Esto es importante, lo rubrico, lo anoto de nuevo.
     "El tiburón, sin embargo, no es malvado. No es asesino. Simplemente está obedeciendo sus propios impulsos. Sus propios instintos. Tratar de ajustarles las cuentas a peces como éstos, es una locura..."
    
En la noche hemos volado hasta Gran Canaria. Hay posibilidades de que mañana en Puerto Rico, quizá..., quién sabe. Sí sé que nos acompañará Scherschinsky, un alemán de vida increíble, fabulosa, que es el director general de la Marítima Insular, un enorme conocedor de estos mares. Él y sus barcos —Ken es su socio— conocen palmo a palmo de estas profundidades y hay en su haber en estas aguas records mundiales interesantísimos.
     Conque aquí estamos, con las ojeras hasta el alma, y Miguel Magrans de compañero de este viaje. Miguel ha dejado sus complicaciones y sus trabajos para estar en la aventura.
     —Esperemos tener un buen día... y tiburón, que es lo más importante.     No nos interesa otra cosa. Esto hace ya daño al hígado.     "El Dorado" deja una larga estela en el agua. Francisco, José, Agustín, lo repasan todo. Ya me es una faena, diría yo, que familiar. "Vamos a buscar, no obstante, algo de caballa fresca." Y la encontramos pronto y ya lista. La trae una barquita que se llama "Bienvenida". Y luego, otra, que se llama "Julia Delia" y que nos regala también pescado fresco, que salta un rato sobre cubierta. Yo estoy deseando, lo juro con una mano sobre el Evangelio, sentarme ahí, en esa silla fuerte de popa, atarme el ombliguero... ¡Vaya si quiero, Dios mío!...
     —Oiga, Francisco... ¿Y pescaremos tiburón?     Francisco levanta a mi pregunta sus ojos del sedal:
     —¡En el agua están!...      A lo lejos se ven los grandes barcos, que se llevan el pan de la mar, Dios sabe dónde; ya ni cambian la tripulación en tierra, sino en helicóptero. Dice Horts que habría que revisar nuestra política marina, y yo lo creo también con toda mi fuerza.
     —Mire usted, Medina me descubre Horts—: este barco en el que estamos hizo en un solo día tres records del mundo de pesca deportiva...
   
  Pero yo —que perdone el anfitrión— estoy en lo del escualo. Tengo mi cabeza a tiburones.
     —Francisco, ¿y habrá suerte?
     Francisco vuelve a mirarme bajo su sombrero de paja:
     —Yo estoy rezando, oiga.
  
 
EL TIBURÓN HA PICADO; VEINTE MINUTOS DE EMOCIONES

Vicente mira al horizonte. Se está echando la sopa terrible a la mar desde hace un rato. Las cañas están tensas, listas, preparadas. José y Agustín van a proa, a babor y a estribor, con sus largos sedales en las manos, con las liñas a punto.
     ¡Ay, si encontráramos tiburón!...
     ¡Ay, si lo encontráramos! Aunque sea fieroso no me importa!dice Francisco, que tiene puesto el sombrero.
    
Y nosotros no hemos traído ni sangre de cerdo, como llevan otros. Es muy bueno para pescar el tiburón, pero no se debe hacer en la pesca deportiva...
     Se ha levantado algo de viento.
    
Sí, hay viento..., pero no suenan las cañas...
     Horta nos habla del petrolero "Tigre", alemán, aquel que tomó parte en la "Operación Bismarck" y en el que él iba de marinero... Y de pronto:
     "¡Tiburón! ¡Tiburón!..."
     Subo arriba, rápido... a la toldilla. Y veo un círculo gris en torno a la boya donde está la carnada. Es algo que se mueve rápidamente. Un instante antes he caminado hasta proa. Llevamos cuatro horas dentro de "El Dorado", y Vicente me ha dicho, quizá para consolarme:
     No te preocupes, hombre. Huele a tiburón.
     Y, en seguida, el ruido leve, y hermoso, del carrete de acero: Rrrrrrrrrrrrr. Y el salto de Francisco hacia adelante. Y José y Agustín diciendo suavemente, sin levantar la voz...
     ¡Es un tiburón o un pez grande, estoy seguro!...
     Horts se lo agradeceré toda la vida me grita desde abajo:
    
¡Ea, a sentarse en el sillón; ese tiburón es suyo!...
     La sangre se agolpa en mi frente. Veo la aleta negra, emergiendo del agua, en torno a la boya. Francisco ya lo tiene enganchado. Ha picado, ha comido de la caballa fuerte, está ahí..., y de pronto, mientras me siento en la silla, y me atan el ombliguero fuerte y clavo la caña en el dedal de hierro, y los pescadores se ponen guantes fuertes, y me atan con aquellos garfios a un sitio fijo, siento que ha llegado el momento y escucho cómo cae mi sudor sobre mi hombro, lo escucho:
     ¡Ha vuelto a irse, y picar otra vez!... Adelante, adelante...
     Siento un largo temblor. Mi misión es hermosamente fácil. Debo soltar carrete rápido, echando la caña hacia abajo y, luego, subirla arriba, con toda la fuerza, hasta que no pueda más. Y siento, así, el tirón terrible del tiburón, abajo, aún en lo profundo, el enemigo querido y deseado. ¡Y establezco con él una comunicación íntima, palabra a palabra, sin que salga a mis labios! Mi corazón está en ese instante más con el viejo de la novela de Hemingway que con el fabuloso pescador de tiburones de la novela del periodista americano. No tengo una sola cicatriz que enseñar, si acaso, como el jefe de Policía de Amity, la de la apendicitis, pero hay un barco tatuado en mi brazo. Aguanto, doy carrete, levanto la caña y siento el tirón inmenso, una, otra vez, lo trato hacia arriba con fiereza, con toda la que hay en mi viejo cuerpo gordo, y le doy hilo con dulzura, como si le acariciara...
     ¡Es grande!dice Francisco, que está feliz viéndome sudar, y sufrir, y gozar...
     ¡Es grande! ¡Es largo!... ¡Es una queya!...
     La queya, recuerdo mentalmente, es el tiburón azul. Carchenilla retrata emocionado. Mompo, también. Horts me aguanta en la silla, y yo por dentro lloro y río, y peleo, y dialogo con el pez que viene de la profundidad...
     Hasta que veo, ahí mismo, su cabeza, negra, acharolada, inmensa. Lo han cazado ya, con los garfios fuertes, terribles. Y Francisco con el palo lo golpea duramente, contundentemente, pero sin maldad, si cabe la palabra. Yo sé lo que escribo. Francisco lo atonta primero, lo medio mata, con el palo corto y fulminante. Y veo cómo lucha, por último, aún en el agua, dejando un breve reguero de sangre; cómo trae el estómago fuera de la boca... de la lucha con el anzuelo y la carnada mortal...
     Y siento en ese instante una sensación de alivio y de dolor a un tiempo. Horst ha dicho así, lleno de agua salada hasta la rodilla, empapado en el sudor de la alegría como yo, tan grande, tan fuerte, con su claro acento canario-alemán:
     ¡Es una hembra!...
     Siento frío. El tiburón es largo, reluciente, chorreante. Se mueve largo rato con ferocidad, con fuerza. Lo están fijando a popa, despacio y con mano segura, habitual. El mazo queda sobre la cubierta, sin una mancha de sangre.
     Pero Dios es grande. Porque cuando Carchenilla pone sobre el vientre blanco la mano temblorosa, del vientre todavía jadeante sale, escapa... ¡el pequeño tiburón!
     La queya está pariendo en la muerte. Y pienso yo que éste es el ciclo que Dios perpetúa, y me siento feliz de hacer algo... Y todos vamos, uno a uno, empujando esa piel fláccida y moribunda, de la que van saliendo, uno a uno, uno a uno... los primero cinco; luego, diez...
     ¡Todavía quedan!...
     Es el alumbramiento en la mitad de la mar. Es la vida tras la muerte. "Por eso no peleó demasiado", dice Francisco. Y uno a uno, cada uno de los pequeños tiburones, del tamaño de dos cuartas de una mano grande, van saliendo por el útero de la madre directamente a la mar. Primero tiemblan un instante en la mano del mamífero que le dio muerte a la madre y, luego, caen de espaldas al agua..., para, inmediatamente después, nadar rápidamente, milagrosamente. Y si no hay cerca un pez grande como dice el refrán, ese tiburón, y ése, y ése, y ése y aquél, y el otro y el otro... que vamos ayudando a nacer bajo el sol que ya declina, vivirán hasta que otro hombre, quizá en otra larga hora, en otra jornada, en otro día, lo massacre...
     ¡Hasta treinta y nueve!...
     Dicen que hay un record de ochenta.
     Pesará cien kilos, más o menos.
     Sí, es una queya grande...
     Agustín va a popa, ya recogiendo sus liñas, sus obispos, sus pescados pequeños, siendo grandes. Una tensión relajante se apodera de todos nosotros... La barriga del tiburón ha quedado blanca y quieta, fláccida...
     José, arriba:
     ¡Ballena!, ¡ballena!
     Vemos sus chorros a babor, sus largos pitidos, su salto de espuma sobre el mar, la mar, que se va volviendo gris, azul. No quiero lavarme las manos, ¿por qué hacerlo? Me gusta sentir esa saliva de la vida que traían los pequeños peces al nacer...
     Los pescadores beben una copa de ron de Arucas, y están sudorosos y contentos como yo. No me importa que la caña fuera de ciento treinta libras, ni que me duelan los huesos, que me duelen. Ni siquiera que chillen cerca las ballenas asesinas. Pienso que debo volver a cazar al tiburón, grande, blanco, peligroso. Siento que es un veneno.Hablamos de cosas al retorno. Agustín hace tollo (pescado salado en tiras) a proa. Las gaviotas graznan a nuestro alrededor. En el puerto habrá fotos, con aquel otro barco que trajo otro escualo, y a mí no me importa que haya tiburones más grandes, que los hay, que aquel del libro, de la película. Sé que volveré a la mar y que me escribiré historias de tiburones, palabra que sí, y que volveré a pescarlo, con todas mis fuerzas, mis ganas, mi sangre abarrotada. Y sé también, rizando el rizo de esta historia, que, aunque no marcáramos los treinta y nueve tiburones de este día único, conoceré de alguna forma si es uno de ellos el que vuelve a mi anzuelo. Porque yo maté a su madre, pero soy de alguna forma también su padrino de bautizo.
     Y hay algo que no puedo arrancarme del alma. El olor de aquel momento del parto, de la vida. Aquella sangre salada y viscosa. Un sabor excitante y denso. Un sabor familiar. Porque ¿no es el hombre un tiburón en tierra?..

Los orígenes del tiburón de Groenlandia

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Tiburón de Groenlandia (Somniosus microcephalus). Foto de Julius Nielsen.
No dejéis que su nombre os lleve a engaño. Los dormilones o tiburones soñolientos (género Somniosus) ocupan uno de los lugares de honor entre los grandes señores del mar profundo, especialmente sus tres representantes más grandiosos: el tiburón de Groenlandia (Somniosus microcephalus), el dormilón del Pacífico (Somniosus pacificus) y el dormilón antártico (Somniosus antarcticus), que pueden llegar a superar los 6 m de longitud total (no está mal). Nadan y se mueven lentamente, como si estuviesen muertos de sueño o de cansancio, de ahí su nombre, pero en realidad son potentes y despiadados depredadores de una amplia variedad de presas, desde teleósteos y cefalópodos hasta mamíferos marinos... y terrestres (tranquilos, los dormilones son también carroñeros, no es que salten a tierra para cazar renos o caballos). De ellos podríamos hablar durante días, por ejemplo para describir su especial estrategia de adaptación a las gélidas temperaturas de los polos [véase también La edad del tiburón de Groenlandia]; pero hoy nos vamos a centrar en cuestiones taxonómicas y evolutivas igualmente fascinantes aprovechando la reciente publicación de un trabajo de carácter molecular titulado "Los orígenes del tiburón de Groenlandia"*, que trata del S. microcephalus abordando la cuestión de su parentesco con el S. pacificus. Ambos tiburones habitan en relativa vecindad, tal vez más íntima de la sospechada, en las aguas septentrionales de los océanos Atlántico y Pacífico, respectivamente, una situación que recuerda bastante a la de los dos cailones (género Lamna): nuestro cailón sardinero atlántico (L. nasus) y su correlato del Pacífico, el salmonero (L. ditropis).
     Se trata de un trabajo doblemente interesante por cuanto estas dos especies resultan bastante crípticas a nivel morfológico; es decir, son tan parecidas que es tremendamente complicado distinguirlas a primera vista... y a segunda... e incluso a tercera. Y ya os imagináis la pregunta: Si realmente son dos especies distintas, ¿por qué son tan parecidas?

Morfos del Somniosus microcephalus (izq) y del S. pacificus (dcha) (ilustraciones de Marc Dando).
Por lo que respecta a la primera parte de la cuestión, tras el análisis genético de muestras de 277 ejemplares procedentes de diversos puntos del Atlántico y el Pacífico (Alaska), el más ambicioso realizado hasta ahora para los Somniosus, los autores concluyen que, en efecto, se trata de dos especies distintas, que pueden diferenciarse de manera inequívoca mediante marcadores de ADN nuclear y mitocondrial.
    En cuanto a la segunda, ya entrando en materia, el estudio se ha encontrado con la presencia de trazas genéticas, por decirlo de un modo simple, de S. pacificus en individuos identificados como S. microcephalus... incluido un ejemplar capturado en la dorsal Atlántica, más o menos a la altura de las Azores, ¡con la firma genética completa del S. pacificus! Esto parece demostrar que existe y que ha existido algún tipo de hibridación. Otro dato curioso que da que pensar, si bien conviene tomarlo con cautela a la espera del examen de datos más completos, es que aparentemente el flujo genético es unidireccional: se han encontrado genes de dormilón del Pacífico en tiburones de Groenlandia, pero no al revés.

Localización y número de muestras analizadas: en verde, S. microcephalus; en azul, S. pacificus (observad el de la dorsal Atlántica); en amarillo ejemplares de S. microcephalus con caracteres genéticos de S. pacificus. Fuente: R. P. Walter et al., Ecology and Evolution, 2017.
¿Cuáles son las conclusiones? ¿Qué relato han construido los autores del estudio a partir del análisis y el procesamiento de todo este cúmulo de datos? Pues para empezar, que S. microcephalus y S. pacificus provienen de un ancestro común, y que la divergencia debió de producirse hace relativamente poco tiempo, entre 1 y 2,34 millones de años atrás, al inicio del Pleistoceno, ya dentro de nuestro período Cuaternario (pensemos que los fósiles más antiguos de Somniosus tienen unos 100 millones de años, proceden de depósitos del Mioceno de Bélgica e Italia). O sea, con posterioridad al cierre del istmo de Panamá, acontecimiento geológico de primera magnitud que, como sabéis, alteró profundamente la circulación de los oceános y el clima de la Tierra y fue el responsable de la formación de la capa de hielo del Ártico.
     Para explicar este proceso de divergencia, así como la presencia de individuos de una especie con material genético de la otra, los autores proponen la hipótesis de una especiación vicariante (o sea, alopátrica) de carácter oscilatorio. En cristiano, esto quiere decir que un proceso geológico erige una barrera física que divide una población en dos subgrupos que van a evolucionar por separado para dar lugar a dos especies distintas. Hasta finales del Mioceno existiría una única especie de dormilón en las aguas profundas y frías del hemisferio norte. Fue a partir de entonces cuando el planeta sufrió una drástica caída de las temperaturas que tuvo como consecuencia la formación de grandes casquetes de hielo en el Ártico, algunos de más de 1 km de espesor, y un descenso del nivel del mar, que provocaron el aislamiento geográfico de una parte de la población inicial cortando así el flujo genético. De ahí el "ice-olation" del título del trabajo, jugando haciendo un juego de palabras intraducible con ice, 'hielo' y isolation, 'aislamiento'.
     El carácter oscilatorio de este proceso de especiación se debe, según explican, a que los periodos interglaciares que siguieron a la primera gran glaciación permitieron en algún momento la reanudación, siquiera a cuentagotas, del flujo genético interrumpido, facilitando el reencuentro de especímenes divergentes; en definitiva, una especie de hibridación secundaria, en este caso una hibridación introgresiva (un híbrido de 1º generación se cruza con un individuo que cuenta con un genotipo igual al paterno).

Este enorme ejemplar de dormilón del Pacífico (Somniosus pacificus). Captura de vídeo que circuló hace un tiempo por la red, algunos bajo el epígrafe de "Megalodon filmado en una fosa del Pacífico".
El enfriamiento del Ártico y regiones subárticas facilitaron su colonización por parte de los abuelos del microcephalus y el pacificus, siempre según los autores del estudio, quienes parten de la premisa de que aquel antiguo Somniosus tenía una distribución geográfica amplia pero en aguas profundas, constreñido por su adaptación a las bajas temperaturas. El descenso de las temperaturas del océano les abrió la puerta para acceder a un nuevo abanico de presas, como las focas y otros mamíferos marinos, en aguas más someras.
     Según el estudio, esto concuerda con el hecho de que los registros actuales de tiburón de Groenlandia y dormilón del Pacífico en aguas templadas e incluso cálidas se producen a más de 1000 m de profundidad, mientras que en las regiones más septentrionales y heladas, estos bichos se encuentran a pocos metros de la superficie.
     Un bonito relato. Aunque es una pena que haya dejado de lado al tercer dormilón, el Somniosus antarcticus. Sería interesante saber qué tipo de parentesco guarda con sus primos del norte, cuál es el origen de sus poblaciones. Quedará para otro trabajo... y otro artículo.
    
____________________________
*Ryan P. Walter, Denis Roy, N. E. Hussey et al. (2017). Origins of the Greenland shark (Somniosus microcephalus): Impacts of ice-olation and introgression. Ecology and Evolution, 00:1-13, https://doi.org/10.1002/ece3.3325.

Problemas taxonómicos de mielgas y galludos (Squalus)

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Mielgas (Squalus acanthias). Foto de Andy Murch, bigfishexpeditions.com.
Los tiburones constituyen en general un grupo bastante complejo a nivel taxonómico. Y no solo nos referimos a especies como los pejegatos (género Apristurus), que viven bien lejos de nosotros en los rincones más profundos y apartados del océano, sino también a grupos tan comunes o familiares —casi podríamos decir "domésticos"— como el de las mielgas y galludos que de vez en cuando encontramos en nuestras lonjas y de los que hoy nos vamos a ocupar aquí.
     Y es que en realidad el género Squalus es uno de los más confusos, incluso en lo que respecta a aquellas especies que habitan en zonas tan profunda y profusamente estudiadas como el Atlántico oriental y el Mediterráneo, por sorprendente que pueda parecer a profanos como quien esto escribe. Las causas son variadas, y algunas demasiado complejas como para despachar en unas pocas líneas. Pero podemos mencionar factores como la poca consistencia y/o ambigüedad de ciertos caracteres morfológicos establecidos para identificar especies muy parecidas entre si, a lo que hay que sumar, en algunos casos, historiales taxonómicos un tanto oscuros, con escasez de detalles en las descripciones originales, falta de materiales tipo, o acumulación de sinonimias en conflicto propuestas a partir de especímenes procedentes de diversas partes del mundo (pensemos que estos tiburones se encuentran en casi todos los mares del planeta, y algunos presentan una distribución mundial muy amplia).
     En estos últimos años varios trabajos han venido a dar cuenta de esta situación, informando de inconsistencias taxonómicas, reconduciendo sinonimias, identificando nuevas especies y resucitando otras, aunque de un modo parcial. Hoy vamos a fijarnos en uno de ellos, publicado el año pasado: Ana Veríssimo, D. Zaera-Pérez, R. Leslie, P. Iglésias, B. Séret et al. (2016). Molecular diversity and distribution of eastern Atlantic and Mediterranean dogfishes Squalus highlight taxonomic issues in the genus. Zoologica Scripta, doi:10.1111/zsc.12224 ('La diversidad molecular y distribución de las mielgas y galludos Squalus del Atlántico oriental y Mediterráneo evidencian problemas taxonómicos en el género'). Un trabajo cuya lectura me ha parecido doblemente estimulante, tanto por la información que aporta como porque pone de manifiesto la necesidad de combinar las más modernas herramientas de la biología molecular con la taxonomía descriptiva clásica, basada en caracteres morfológicos y merísticos. La forma más cabal de ordenar todo este follón es adjudicar una etiqueta genética, única y definitiva —un código de barras¹ o barcode—, a una especie o taxón con un conjunto de caracteres bien definidos.
     Tal como indica el título, el objetivo de Veríssimo y compañía no es evaluar el estatus y consistencia taxonómica del género en su conjunto, sino el de las especies tradicionalmente citadas en el Atlántico oriental y el Mediterráneo: la mielga (Squalus acanthias), el galludo (Squalus blainville) —ambas registradas en aguas de Galicia—, el galludo ñato (Squalus megalops) y la mielga de espinas cortas (Squalus mitsukurii), que habita en el Atlántico SE. Dicho de un modo simple, se trata de dilucidar, mediante la genética, cuántas especies de Squalus hay de verdad en este ámbito geográfico y si están correctamente identificadas. Un trabajo apasionante donde los haya.
De arriba abajo: Squalus acanthias, Squalus blainville, Squalus megalops (ilustraciones de Mark Dando, tomadas de la página de Shark Trust), y Squalus mitsukurii (ilustración de Emanuela D'Antoni, en Ebert & Mostarda, 2013)².
Los autores obtuvieron más de un centenar de secuencias de COI y ND2 de ejemplares de las cuatro teóricas especies capturados a lo largo de estas áreas, y las clasificaron y agruparon; luego las compararon con muestras procedentes de otros puntos del Atlántico y del Pacífico, y finalmente también con secuencias almacenadas en bancos como el Barcode of Life o el GenBank, o bien proporcionadas por otros especialistas. En total, 417 secuencias de COI y 252 de ND2 pertenecientes a 19 especies distintas de Squalus recogidas en prácticamente todo el mundo. Esto lo convierte en el estudio molecular más completo llevado a cabo hasta el momento sobre el género.

Resultados. Resumiendo bastante la cuestión, pues en este trabajo hay mucha chicha, los resultados confirmaron la presencia de 4 clados o taxones en el Atlántico E y el Mediterráneo —o sea, de 4 especies distintas—, cada uno de los cuales fue etiquetado con una letra de la A a la D. En principio deberían corresponderse con cada una de las especies registradas, pero...
  • Las secuencias agrupadas en el Clado A se correspondían con una única especie, la mielga (S. acanthias), de distribución mundial, la más fácilmente identificable de las cuatro. 
  • En cambio, las del Clado B pertenecían a especímenes de hasta tres supuestas especies distintas: ejemplares identificados como galludo (S. blainville) procedentes del Mediterráneo y el Atlántico NE (Portugal, Marruecos, Canarias), como galludo ñato (S. megalops) recogidos en Túnez, Marruecos y diversas áreas del Atlántico SE (Angola, Namibia y Sudáfrica)... además de algunos individuos identificados como S. acanthias procedentes de zonas del Mediterráneo como las Baleares, Creta y el mar Egeo. De locos.
  • Con el Clado C ocurría algo parecido. La secuencia de un S. blainville capturado de Túnez coincidía con la de especímenes identificados como S. megalops capturados en el África W tropical (Guinea-Bisáu, República de Guinea y Gabón).
  • Las secuencias del Clado D procedían exclusivamente de la parte de Sudáfrica y todas excepto una, no identificada, se correspondían con individuos identificados nominalmente como S. mitsukurii.
Squalus megalops fotografiado en Tasmania (fuente: lachlanf/iNaturalist.org, tomada de fishesofaustralia.net.au).
Conclusiones. Es difícil resumir un trabajo como este en unas pocas conclusiones, pero ahí va:
  • El problema blainville-megalops. Salta a la vista que existe un problema blainville-megalops: ambos nombres se utilizan de manera se podría decir que indiscriminada para designar a la misma especie tanto en el Atlántico E como en el Mediterráneo. Parece evidente que los descriptores morfológicos utilizados carecen de la operatividad que sería de desear y se impone una urgente revisión.
  • La cuestión blainville. Teniendo en cuenta su zona de procedencia, las aguas templadas del Mediterráneo y Atlántico E, Veríssimo et al. consideran que las secuencias agrupadas en el Clado B corresponden en exclusiva al galludo, Squalus blainville, cuya localidad tipo está precisamente en el Mediterráneo.
  • La cuestión megalops. Pero estos autores van mucho más allá, para poner en cuestión el uso de S. megalops en este ámbito geográfico (si bien lo cierto es que, según parece, bajo este nombre se oculta un complejo de especies muy parecidas entre si a la espera de una reevaluación taxonómica). Vienen a decir, en otras palabras, que este tiburón aquí no lo tenemos. Las secuencias de S. megalops procedentes de Australia, el área donde fue originariamente descrito como especie, presentan diferencias demasiado importantes con las de los ejemplares de aquí, posiblemente debidas al aislamiento entre ambas poblaciones. Y es que por no coincidir, ni siquiera coinciden con las de ejemplares de Sudáfrica.
         Las secuencias del Clado C pertenecerían por tanto a una especie todavía sin identificar adecuadamente. La hipótesis, a la espera de futuros trabajos que la confirmen o refuten, es que podría tratarse de un Squalus muy parecido, también de morro corto, que fue resucitado el año pasado por Viana & De Carvalho, el Squalus acutipinnis (Regan, 1908). La distribución del S. megalops originario quedaría limitada a su ámbito geográfico originario.
  • La cuestión mitsukurii. No podemos detenernos demasiado en esta especie para que este artículo no se haga interminable, más de lo que ya es. Basta decir que al igual que S. megalops, este nombre esconde un complejo de especies a la espera de reevaluación, tanto más cuanto que no existe material procedente de su localidad tipo, Japón. Una revisión llevada a cabo en la parte del Índico ha dado lugar la resurrección de dos especies y a la descripción de una nueva; y en el Atlántico el análisis comparativo de secuencias de mitsukurii con las de otras especies de diversa procedencia parece indicar que la cosa va por el mismo camino (para más detalles, os invito a leer el trabajo original).
Arriba, Squalus blainville (fuente: Iglésias, S. P., 2012³). Abajo, Squalus mitsukurii (foto de Oddgeir Alvheim, IMR, en Ebert & Mostarda, 2013).
¿Por qué todo esto es tan importante? Una pregunta que alguna gente se hace. En primer lugar, para conocer lo que de verdad tenemos, la verdadera diversidad oculta de un género tan extraordinario como el Squalus... antes de que desaparezca.
     En segundo lugar, y tanto o más importante, porque resulta de todo punto imposible evaluar el estado de una población o de toda una especie si no sabemos exactamente de qué estamos hablando, si los datos biológicos, ecológicos y pesqueros que manejamos en realidad pertenecen a otro tiburón. Situación tanto más grave cuanto que el Mediterráneo y, en menor medida, el Atlántico E son áreas sometidas a una presión pesquera brutal.
   
______________________
¹Un código de barras genético no es más que una secuencia genética obtenida a partir de una región determinada del ADN de un organismo con fines taxonómicos, es decir, para identificar la especie a la que pertenece. Tal vez el segmento de ADN más utilizado es una secuencia del gen mitocondrial citocromo-oxidasa I (COI I), y también, como en este trabajo, el de la NADH deshidrogenasa 2 (ND2). Ambos genes tienen la ventaja de presentar pocas variaciones dentro de individuos de una misma especie, pero lo bastante amplias entre especies distintas como para permitir la identificación. Estos códigos de barras suelen archivarse en bibliotecas o bancos genéticos como el Barcode of Life o el GenBank y pueden ser consultados por especialistas de todo el mundo.
²D. A. Ebert & E. Mostarda (2013). Identificacion guide to the deep-sea cartilaginous fishes of the Indian Ocean. FishFinder Program, FAO, Roma.
³S.P. Iglésias (2012). Chondrichthyans from the North-eastern Atlantic and the Mediterranean (A natural classification based on collection specimens, with DNA barcodes and standarized photographs). Vol I (plates), Provissional version 06, April 2012. 83 p. http://www.mnhn.fr/iccanam.

La memoria del tiburón

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Pintarroja colilarga gris (Chiloscyllium griseum). Foto: Silke Baron, tomada de Wikimedia Commons.
Mucha gente sigue todavía creyendo que los tiburones son seres esencialmente estúpidos, dotados de un cerebro tan elemental que solo son capaces de pensar en una única cosa: triturar turistas. El que una idea así siga vigente en la mente de demasiada gente, a despecho de la cantidad de trabajos que, con radical contundencia, se han encargado de desmontarla en estos últimos años y cuyas conclusiones han aparecido en decenas de documentales y de reportajes de carácter divulgativo, a veces da para pensar si no seremos los seres humanos los que resultamos ser a veces un poco elementales, de piñón fijo, y nos cuesta deshacernos de conceptos e ideas aunque se nos demuestre que la verdad vaya por otro lado.
     La realidad es que los tiburones no solo son bichos sumamente inteligentes, sino que demuestran tener más memoria que cualquier votante medio de este país, por poner una comparación sin duda odiosa pero certera. Son capaces de almacenar bloques de información durante por lo menos un año entero y echar mano de cualquiera de ellos en el momento que lo necesiten para obtener algo que les resulta útil y beneficioso.
     Así lo demuestran los resultados de un interesante estudio¹ llevado a cabo con juveniles de pintarroja colilarga gris (Chilloscyllium griseum), un pequeño tiburón bentónico del Indo-Pacífico occidental (orden Orectolobiformes, familia Hemiscylliidae). Ocho de estos tiburones fueron sometidos a tres experimentos cognitivos en cada uno de los cuales se les enseñó a realizar una tarea distinta para, posteriormente, comprobar durante cuanto tiempo las mantenían en su memoria en ausencia de estímulos positivos.
     En primer lugar se les enseñó a identificar formas geométricas básicas a cambio de una pequeña recompensa en forma de comida. Cuatro ejemplares aprendieron a identificar triángulos y los otros cuatro, rectángulos, tanto con su perfil completo como lo más sorprendente en figuras Kanizsa. Las pequeñas pintarrojas colilargas demostraron ser capaces de recomponer en sus cerebros las formas de un triángulo y de un rectángulo a partir de los contornos ilusorios creados mediante la particular orientación de una serie de discos truncados a la manera del famoso Pacman o "Comecocos". O sea, que los tiburones, como otras criaturas tan extrañas como los seres humanos, los gatos o los búhos, también interpretan ilusiones ópticas, lo que sin duda resulta esencial para reconocer las figuras de posibles presas camufladas en el entorno.

Chiloscyllim griseum (foto: Vera Schluessel). 1. Cuadrado y triángulo de Kanizsa. 2. Contornos subjetivos. 3. Ilusión de Müller-Lye. 
     Con el segundo experimento aprendieron a distinguir los contornos subjetivos de un cuadrado de los de un rombo, contra un fondo difuso de rayas diagonales.
     En el tercero, a los tiburones se les presentaron imágenes con líneas de diversa longitud (de 3 y 6 cm) y se les enseñó a elegir siempre las más larga. Lo notable de este experimento es que, una vez dominada esta destreza, estos extraordinarios peces no se tragaron el anzuelo y ya siento el chiste fácil, como nos suele ocurrir a nosotros, de una de las ilusiones geométricas más conocidas, la de Müller-Lye: si a una serie de dos o tres segmentos de igual longitud les añadimos en cada extremo un ángulo a modo de punta de flecha apuntando hacia dentro o hacia fuera, el observador percibe que algunos son más largos que otros. Pues bien, en ningún momento se dejaron engañar por esta ilusión, siempre percibieron que las líneas eran de idéntica longitud.

Foto: Citron / CC-BY-SA-3.0
En un medio tan complejo como el océano, la capacidad de aprender y almacenar información supone una ventaja selectiva evidente a la que los tiburones no son ajenos. En trabajos anteriores se observó como un ejemplar de tiburón limón (Negaprion brevirostris) era capaz de retener información sobre como obtener comida durante 10 semanas; que los tiburones de Port Jackson (Heterodontus portusjacksoni) recordaban asociaciones de diversos elementos con una recompensa gastronómica hasta 40 días; o que nuestras pintarrojas (Scyliorhinus canicula) podían recordar tareas durante tres semanas en ausencia de premio o refuerzo positivo [véase La capacidad cognitiva de los tiburones].
     Lo asombroso de este trabajo es que 5 de las 8 pintarrojas colilargas fueron capaces de retener, durante un periodo de hasta 50 semanas, no un solo bloque de información, sino tres: los estímulos y tareas asociadas aprendidas en cada uno de los tres experimentos. Y además lo hicieron por igual, indistintamente, sin que, por ejemplo, la tarea más recientemente aprendida tuviese preeminencia sobre las anteriores. Los tiburones respondían perfectamente a cualquiera de los estímulos presentados, echando mano de la información correcta, que habían almacenado en algún lugar de su cerebro destinado a la memoria a largo plazo.
     Durante los entrenamientos no todos los tiburones mostraron el mismo ritmo de aprendizaje. De hecho, hubo tres ejemplares que, por decirlo de algún modo, no estuvieron a la altura de sus compañeros. Esto revela que dentro de la misma especie existen individuos con diferentes capacidades y comportamientos.

Foto: perigor2000.
Al cabo de casi un año las investigadoras dieron por finalizado su estudio, dejando en suspenso la idea, más que posible, de que la memoria de al menos algunos ejemplares bien podía haber superado las 50 semanas.

Y uno no puede evitar pensar que si las pintarrojas colilargas, cuya vida transcurre ligada al fondo, han demostrado tal capacidad de aprendizaje, almacenaje y manejo de datos de discriminación visual, cómo será el tema con los grandes depredadores visuales como el tiburón blanco (Carcharodon carcharias) o el marrajo (Isurus oxyrinchus), cuyos cerebros, además, están bañados por sangre caliente que multiplica el ritmo del procesamiento de información...
     Para que después vayamos nosotros presumiendo de esto o de lo otro.
______________________________
¹Theodora Fuss & Vera Schluessel (2015). Something worth remembering: visual discrimination in sharks. Animal Cognition, 18:463-471, doi: 10.1007/s10071-014-0815-3.

El "cuento chino" del C. lusitanicus

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Arriba: Ejemplar de Centrophorus lusitanicus supuestamente procedente de aguas portuguesas donado por Barbosa du Bocage al Museo de Historia Natural de Londres. Macho juvenil de 742 mm con el número de registro BMNH 1867.7.23.2. Centro: Ilustración que acompaña la descripción original de esta especie (Barbosa du Bocage & de Brito Capello, 1864). Abajo: Registro de la donación de un lote de tres tiburones por parte Barbosa du Bocage al mencionado museo londinense. El primero es una visera (Deania calcea), el segundo de la lista es el C. lusitanicus que figura arriba, y el tercero una bruja (Scymnodon ringens). (Fuente de las tres imágenes: White, Ebert, Naylor, Zootaxa, 2017).

La literatura científica refiere que el quelvacho luso (Centrophorus lusitanicus) es un pequeño tiburón de aguas profundas muy poco conocido que habita entre los 300 y los 1400 m, si bien sobre todo entre los 300-600 m. Fue descrito por primera vez en aguas de Portugal por José Vicente Barbosa du Bocage y Félix António de Brito Capello en 1864, siendo su rasgo morfológico más característico, que sirve para diferenciarlo de los otros quelvachos presentes en esta parte del Atlántico el quelvacho (Centrophorus granulosus), el quelvacho negro (Centrophorus squamosus) y el galludito (Centrophorus uyato), que posee una primera aleta dorsal muy larga. Esta es, a grandes rasgos, la teoría que quienes sentimos fascinación por las especies del mar profundo casi hemos memorizado tras recorrer decenas de guías y manuales... y los gallegos con un punto de contrariedad y, a ratos, de recelo, pues por más que compartimos con los vecinos del sur un sinfín de especies, este tiburón jamás ha sido registrado en aguas de Galicia, no figura en ningún listado. ¿Por qué en Portugal, un par de millas más abajo, si y aquí no?
     Hace un par de años, durante un paseo una ventosa mañana de invierno, uno de los taxónomos de peces más importantes de este país y a pesar de ello buen amigo, de pronto me soltó, con un punto de provocación tan suyo, que para él eso del C. lusitanicus no era más que "un cuento chino"; que en todos los años que llevaba observando y muestreando especies piscícolas de todo tipo y condición, tanto en Galicia como en Portugal, jamás se había topado con un bicho de estos. Esto me dejó absolutamente desconcertado, mientras no dejaba de darle vueltas a la cabeza (porque es que él, además, es de este tipo de personas que te sueltan una bomba y luego te dejan ahí, para que te las apañes, imagino que mientras se ríe por lo bajo).
     Unos días después, en otra conversación sobre el tema, otro buen amigo, éste especialista en Centrophorus, me confirmaba que ese rasgo anatómico del lusitanicus era bien evidente, por lo que no parecía posible que esta especie no existiese. Y ya os imagináis cómo se queda un lego como yo ante dos respuestas tan en apariencia contradictorias. ¿Cómo conciliar la una con la otra?
     Pues bien, la solución llegó hace unas pocas semanas con la publicación de la segunda parte de la revisión del género Centrophorus, uno de los más complejos de todos los tiburones, por White, Ebert y Naylor¹. Este trabajo vino a dar la razón... ¡a ambos! El uno y el otro estaban en lo cierto... y yo... estaba en el medio. Resumiendo, en efecto existe un quelvacho con la base de la primera dorsal muy larga en realidad más de uno, como explicaba Javi, pero que jamás ha sido observado aquí, ni en Portugal ni, naturalmente, en Galicia, como sostenía Rafa con tanta contundencia; en 150 años de muestreos científicos, el único registro de C. lusitanicus en esta parte del Atlántico es el ejemplar supuestamente descrito en 1864.

Este follón es la consecuencia de un confuso historial de idas y venidas taxonómicas que vienen ya de los primeros años de su tortuosa andadura como especie, cuando en 1864 Barbosa du Bocage y de Brito Capello describieron un nuevo quelvacho tras un estudio comparativo de ejemplares capturados en Portugal; un quelvacho muy parecido al C. granulosus, como ellos mismos admitieron, pero con unas características particulares: tamaño bastante más grande, color más oscuro, base de la primera dorsal un poco más larga, morro más corto, etc.; incluso los propios pescadores portugueses le llamaban de un modo especial, lixa-de-lei, en referencia a su piel mucho más rugosa. Sin embargo, pese a ello, este gran parecido entre ambos hizo que, dos años después, los mismos autores lo considerasen una sinonimia del C. granulosus, es decir, como una misma especie. De lo que no se percataron era de que habían hecho una descripción del verdadero Centrophorus granulosus (Bloch & Schneider, 1801) comparándolo, sin saberlo, con su pariente más pequeño y menos rugoso, el gayudito o Centrophorus uyato (Rafinesque, 1810). Todo el tiempo que hablaban de C. granulosus, en realidad se estaban refiriendo a este pequeño quelvacho.
Ejemplar de Centrophorus longipinnis. (Fuente: White, Ebert, Naylor, Zootaxa, 2017)
     Pero la historia no se queda aquí. En 1870 el insigne ictiólogo inglés de origen alemán Albert Karl Ludwig Gotthilf Günther (Günther a secas, para los amigos), inventariando los fondos del Museo de Historia Natural de Londres, se encontró con un espécimen encerrado en un frasco que tenía una etiqueta amarilla color que indica ejemplar de importancia taxonómica y número de registro BMNH 1867.7.23.2. Este ejemplar, que presentaba la primera aleta dorsal muy larga, era una donación hecha por Barbosa du Bocage, entonces a cargo de la colección de zoología del Museo de Historia Natural de la Escuela Politécnica de Lisboa, si bien sin referencia alguna sobre su procedencia, como se muestra en el registro correspondiente (véase la imagen de portada de este artículo). Y entonces lo que ocurrió fue que Günther a secas decidió resucitar el C. lusitanicus como especie válida señalando que su origen era Portugal. Más tarde, alguien consideró que la etiqueta amarilla hacía referencia a un sintipo², y ahí arrancó la cosa. Con el paso de los años unos autores consideraban que Günther estaba equivocado y decían que C. lusitanicus era sinónimo de C. granulosus, otros después que tenía razón y se quedaban con el lusitanicus, y vuelta a empezar. Hasta que finalmente, en 2017, White, Ebert y Naylor llegaron a la conclusión originaria de Barbosa du Bocage y de Brito Capello en 1866: que el C. lusitanicus, tal cual fue descrito, es en realidad un sinónimo del C. granulosus .
     En cuanto a la procedencia del ejemplar del Museo de Historia Natural de Londres, lo más probable es que fuese capturado en Angola o Mozambique, entonces colonias de Portugal, en donde en efecto sí existen registros de quelvachos con la primera aleta dorsal muy larga, por José Alberto de Oliveira Anchieta, un gran explorador y naturalista portugués que en sus viajes recogió innumerables especímenes de plantas y animales que enviaba a Portugal, donde eran clasificados por personalidades de la talla de Barbosa du Bocage. Por desgracia gran parte de estas colecciones se perdieron irremediablemente en un incendio ocurrido en 1978, de modo que no hay forma de contrastar esta más que probable hipótesis.
   
     Para concluir, en su trabajo, White et al., investigaron quelvachos de aleta larga procedentes de África y de la región del Indo-Pacífico occidental para descubrir dos nuevas especies: el Centrophorus longipinnis y el Centrophorus lesliei.
     El ejemplar BMNH 1867.7.23.2, macho juvenil de 742 mm, ha dejado de ser un posible sintipo del Centrophorus lusitanicus para convertirse en un paratipo³ del Centrophorus lesliei.


PS. Traducción trágica de la inexistencia del lusitanicus: Los científicos no encuentran C. lusitanicus en Portugal, pero los pescadores si, y a cientos. En un artículo que dedicábamos al quelvacho negro (C. squamosus) nos hacíamos eco de un importante trabajo de Correia et al. sobre los desembarcos de elasmobranquios por la flota portuguesa entre 1986 y 2009. En él se denunciaba el hecho escandaloso de la aparición, casi como por arte de magia, del C. lusitanicus en las lonjas portuguesas a partir del 2007... coincidiendo con el establecimiento (oh, casualidad) de un TAC 0 para el C. squamosus y otras especies de aguas profundas: "[este TAC 0] hizo que los pescadores desembarcasen todas sus capturas como Centrophorus lusitanicus, dado que este no estaba incluido en la lista de especies reguladas por el TAC 0. Este caso de información falsa o inexacta ha tenido un efecto muy negativo...".⁴
     Dicho de otro modo: han recurrido al inexistente Centrophorus lusitanicus para enmascarar la captura y comercialización de especies prohibidas y que por encima se encuentran en serio peligro de extinción.

[Con mi agradecimiento a Rafa Bañón y a Javier Guallart por su apoyo y paciencia para enseñar al que no sabe a lo largo de tantas y tan jugosas conversaciones.]

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¹William T. White, David A. Ebert & Gavin J. P. Naylor (2017). Revision of the genus Centrophorus (Squaliformes: Centrophoridae): Part 2 Description of two new species of Centrophorus and clarification of the status of Centrophorus lusitanicus Barbosa du Bocage de Brito Capello, 1864. Zootaxa 4344 (1): 086-114. https://doi.org/10.11646/zootaxa.4344.1.3
²Se llama sintipo a cada uno de los ejemplares de un organismo sobre los cuales una autoridad se ha basado para realizar su descripción científica y validarlos como especie, bien de forma simultánea, bien en ausencia de un holotipo (el único ejemplar tipo citado por el autor en su descripción). Estos ejemplares se conservan en una institución científica.
³Un paratipo es un ejemplar distinto del holotipo pero citado en la descripción original porque se reconoce como perteneciente a una especie nueva.
Correia, J., F. Morgado, K. Erzini & A. M. V. M. Soares (2016). Elasmobranch landings in the Portuguese commercial fishery from 1986 to 2009. Arquipélago. Life and Marine Sciences 33:81-109.


    Resumen 2017

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    Tiburones en Galicia cumple ya 6 añitos. Se ha hecho un poco más mayor y sigue creciendo gracias fundamentalmente al aliento de tantos lectores y amigos, sobre todo este año. Si cerrábamos el 2016 rozando la frontera de las 500 000 visitas, hoy acabamos de superar las 626 000.
    Tenemos lectores no solo de Galicia y del resto de España, sino de muchas otras partes de la UE y, sobre todo, de Hispanoamérica y los EEUU. Una tendencia bien consolidada de un tiempo a esta parte: muchos días son más los amigos mexicanos, peruanos, ecuatorianos, argentinos o norteamericanos que nos visitan que los gallegos o españoles en general. Naturalmente, es que ellos son muchos más, pero igualmente es un lujazo que hace unos años no podía ni imaginar. Muchísimas gracias a todas/os.

    El 2017 ha sido un año bastante complicado, repleto de cosas, que diría un político, algunas tediosas y complicadas, otras sencillamente extraordinarias. Uno no sabe muy bien si alegrarse o entristecerse de haberlo perdido de vista, como imagino que os pasará a todos. Es ley de vida. En lo que respecta a este vuestro blog, este año solo hemos podido publicar algo más que una docena de artículos, casi la mitad que en 2016, y actualizar un par de antiguas publicaciones. Lo positivo es que ello no se ha traducido en una pérdida de lectores, sino todo lo contrario, como queda dicho, lo que motiva para seguir adelante, para continuar dándoos la lata al menos un año más.

    Empezamos el año con el resumen anual (Resumen 2016), como ya es tradición, y seguimos con los artículos también fijos: el análisis de los ataques no provocados en todo el mundo (Ataques 2016), donde se constata un descenso en el número de víctimas, y las cifras de desembarcos de tiburón de la lonja de Vigo (Lonja de Vigo 2016) según el informe anual, cada vez más incompleto, que publica la Autoridad Portuaria, en el que se observa una caída significativa en las descargas de marrajo, entre otros aspectos no menos interesantes.

    Por supuesto, nos sigue encantando viajar al pasado para conocer qué visión tenían nuestros bisabuelos sobre los tiburones. Y lo hicimos a través de tres artículos: uno que recoge el capítulo completo de una vieja enciclopedia del reino animal (Los peces de la boca terrible (1946)); otro, de 1913, sobre pescadores y tiburones en Cuba (La pesca trágica (Paisajes cubanos)), y el último, de 1976, que contiene un largo y jugoso reportaje firmado por Tico Medina para el semanario del ABC (El día del tiburón (1976)).

    Dos monografías más se incorporaron a la lista de tiburones de aguas de Galicia (y ya solo nos quedan 10 para completarla): Negra (Dalatias licha) y Olayo atlántico (Galeus atlanticus). Y dedicamos un artículo a las especies registradas en una de las zonas más ricas y de mayor biodiversidad de nuestro mar, nuestra particular Amazonía, el banco de Galicia (Los tiburones del banco de Galicia).

    Los tiburones conforman un grupo muy complejo a nivel taxonómico, con géneros que por diversos motivos han sido precariamente descritos y están siendo objeto de profunda revisión. De dos de ellos nos ocupamos en sendos artículos: Problemas taxonómicos de mielgas y galludos (Squalus) y El "cuento chino" del Centrophorus lusitanicus. Un tercer artículo, siguiendo con esta cuestión, nos ofrece una perspectiva para entender parte del origen de este tipo de complicaciones taxonómicas: Los orígenes del tiburón de Groenlandia.

    Finalmente, también nos ocupamos de uno de los aspectos más sobrecogedores del comportamiento de los tiburones, el ataque... centrándonos además en una de las especies más temidas, el gran tiburón blanco (Carcharodon carcharias). Un artículo que analiza el mito de la identificación errónea como detonante del ataque (ya sabéis, eso de que el pobre bicho confunde a un ser humano sobre una tabla de surf con una foca): Lo erróneo de la identificación errónea. Y es que los tiburones son de todo menos idiotas, como queda demostrado en un reciente trabajo sobre sus extraordinarias capacidades cognitivas del que nos hacemos eco en La memoria del tiburón.

    Peregrino (Cetorhinus maximus) nadando en la ría de Muros. Foto: Xaime Beiro.
    Y esto es todo. Espero que hayáis disfrutado de la lectura de estos artículos como yo lo he hecho durante su escritura, y sobre todo que os hayan ayudado a conocer, entender y respetar un poco más si cabe a estas magníficas y grandiosas criaturas.
         Gracias por vuestro apoyo y confianza, que espero seguir mereciendo en este nuevo año.
         Y que el 2018 nos sea propicio a todas/os.


    Hay o no hay tiburones blancos en las islas británicas

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    Foto: White Shark Video
    La presencia del tiburón blanco (Carcharodon carcharias) en el Atlántico NE al norte de las Azores se limita a apenas un puñado de registros en 200 años incluyendo unas pocas citas dudosas, como analizamos en el artículo ¿Hay o no hay tiburones blancos en Galicia? Los registros más septentrionales llegan hasta el Charente Marítimo francés; en las islas británicas, no hay ni uno, pese a las noticias sobre supuestos avistamientos que una y otra vez salen publicadas en las páginas de sus infames y repugnantes tabloides, que no merecen ni un segundo de nuestro tiempo. No existe prueba alguna de que el tiburón blanco visite las costas inglesas siquiera de forma esporádica o por despiste, ni directa (fotos, vídeos, dientes, etc.) ni indirecta (mordeduras claramente atribuibles a esta especie), de manera que la cosa está, de momento, científicamente casi cerrada.

         Mi opinión, naturalmente, es que sin pruebas no hay nada que decir, no hay caso. Pero estas navidades estuve leyendo un par de libritos que, aunque no me hicieron cambiar de parecer, si que me sorprendieron y me movieron un poco el piso... y se me ocurrió que sería interesante someter algunos de sus pasajes más interesantes a la consideración del lector (y ya me contaréis si al menos os han hecho levantar una ceja, como a mi). Son Sharks in British Seas y, sobre todo, The UK Great White Shark Enigma, de Richard Peirce¹, un personaje que a algunos os sonará porque entre otras cosas fue presidente del Shark Trust y de la Shark Conservation Society. Este señor investigó alrededor de 90 testimonios de personas que afirmaron haberse encontrado con un tiburón blanco en las costas británicas, pudiendo entrevistar a algunas personalmente. De todos ellos, considera que nueve tienen la suficiente consistencia como para ser tomados en consideración. Estos supuestos avistamientos se produjeron en dos áreas concretas de Gran Bretaña, los extremos suroccidental (Cornwall) y septentrional (Escocia). He seleccionado uno de cada.

    El primero ocurrió en agosto de 1995 en el precioso pueblo de St. Ives, Corwall. Os resumo el testimonio de su protagonista, una tal Sally Houseago:
    Soy una persona creíble, y no una estúpida chiflada. Soy licenciada en biología marina y he estudiado ecología de arrecifes en Tanzania. Soy buceadora plenamente cualificada por el British Sub Aqua Club y he buceado en muchas partes del mundo con fines de investigación. Me interesan especialmente los tiburones y he realizado varios trabajos con tiburones de arrecife en aguas costeras.
    Hace unos 15 años me encontraba de camping en St. Ives con unos amigos y decidimos salir del puerto en unas motos de agua de alquiler. Era un día nublado y gris, y el agua estaba igual: había poca visibilidad, pero a ninguno nos importó. Tenía entonces unos 25 años y recuerdo ese día con claridad. Estaba pasando de mi moto de agua al jet ski de mi amigo ya que me se sentía más segura y me gustaba la velocidad. Durante el intercambio sentí como si hubiese algo dando vueltas alrededor de nosotros tres en el agua mientras pasábamos de una a otra. Una vez que mi amigos se subieron a la moto biplaza, que yo mantenía firme, me quedé sola. Cuando se alejaron tuve una sensación de pánico y encogí las piernas, no sé explicar por qué; no podía ver nada, pero sentí que algo no iba bien. Tan pronto lo hice, una forma oscura y alargada se abalanzó sobre el lugar donde un rato antes habían estado mis pies. Unos tres metros detrás de mi atravesó la superficie con un enorme estruendo y dio la vuelta. Era de color gris oscuro con la parte inferior blanca. La aleta dorsal asomó a la superficie y un tiburón blanco joven, de unos 3-3,5 m, giró y vino hacia mi [...] nadé hacia la moto, que se había alejado un poco [...] el tiburón se metió debajo. Estaba muerta de miedo, la encendí y arranqué. El tiburón nadó por casi debajo durante unos 6 metros, luego desapareció.
    Al llegar a puerto Sally trató de informar a las autoridades, pero nadie la tomó en serio y acabó desistiendo. Ella insiste en que lo que vio fue un tiburón blanco y no un cailón (Lamna nasus), especie relativamente frecuente en esa zona. Este lámnido, similar al tiburón blanco, no suele superar los 3 m de longitud total y se alimenta de peces medianos a pequeños, cefalópodos y otros tiburones de pequeño porte, como las musolas. Es de carácter mucho más tímido y precavido que su pariente, y su comportamiento típico no se ajusta en absoluto al descrito en este testimonio.

    Cailón (Lamna nasus). Foto: Mark Turnbull (North News & Pictures).
    Del otro extremo de la isla, de las islas Summer, un pequeño archipiélago de las Highlands, al NW de Escocia, llega un testimonio seguramente más turbador. El 4 de julio de 2003, al término de una inmersión, unos buceadores observaron una gran aleta dorsal a unos 28-36 m de su lancha neumática. Pensando que nada mejor para cerrar una jornada de buceo que nadar con un tiburón peregrino (Cetorhinus maximus) decidieron ir hacia allí. Tan pronto arrancaron el motor, la aleta cambió de rumbo para dirigirse directamente hacia ellos. Cuando estaba a unos 14 metros de distancia, los cuatro buceadores pudieron apreciar la gran masa del tiburón. Calcularon en unos 3 m la distancia entre la dorsal y el extremo de la caudal. El tiburón pasó a menos de 1 m de la lancha, y pudieron observar que en absoluto se trataba de un tiburón peregrino, especie habitual en aquellas aguas, y con la que estaban familiarizados. Aquel bicho, que según su parecer debía de superar los 4,5 m, tenía la zona ventral blanca y bien definida, aberturas branquiales más cortas, y una gran aleta dorsal triangular sólida y de base ancha. El informante es el Dr. Simon Greenstreet, que iba acompañado de su mujer y de dos amigos.
         Unos días después, el 15 de julio, en el extremo NE de Escocia, cerca de Lybster, un pescador que iba a recoger su aparejo observó dos aletas en la superficie. Al principio pensó que podía tratarse de un par de delfines que se habrían quedado atrapados en la red, pero al acercarse vio que lo que allí había era un tiburón de gran tamaño y que las dos aletas eran en realidad la dorsal y el lóbulo superior de la caudal².
    En un primer momento pensé que seguramente era un peregrino (Cetorhinus maximus), con el que estoy muy familiarizado, habiendo pescado en estas aguas durante casi toda mi vida. Calculé que el pez debía de tener como mínimo la longitud de mi pequeña lancha, que mide 5,5 m (18 pies).
    El pescador intentó liberar él solo al tiburón, pero le resultó imposible, por lo que decidió volver a puerto para buscar ayuda. A su regreso, acompañado de un amigo, vio que el tiburón había subido de nuevo a la superficie. Probablemente estaba exhausto, y apenas mostraba señales de vida. Decidió hacer unas fotos con su cámara digital nueva mientras su amigo sujetaba el aparejo. Pero consiguió hacer solo una, porque justo en ese instante "se produjo como una explosión de movimiento y el tiburón salió disparado del costado de la lancha, liberado de la red".
    Dod y yo coincidimos en que el tiburón no era ningún muldoan nombre local del peregrino. Era un tiburón que nunca antes habíamos visto en estas aguas. Vi la cola lo suficiente para descartar al zorro Alopias vulpinus, y el cailón Lamna nasus nunca llega a ese tamaño. Las aberturas branquiales que estaban a la vista eran también mucho más pequeñas que las del peregrino. El tiburón tenía la cabeza ancha y la superficie dorsal era gris oscuro y lisa, a diferencia del peregrino. Los ojos eran oscuros, pero no pudimos ver el color de la parte ventral debido a su tamaño y peso, y al hecho de que estaba envuelto en la red.
    Única fotografía tomada por George Carter (fuente: The Glasgow Naturalist 25, part 1).
    Y ahora el testimonio de Richard Peirce:
    El pescador no dice que fuese un tiburón blanco, pero está completamente seguro de que no era un tiburón peregrino. Esto no deja muchas opciones, y como tenía una fotografía decidí enviársela a unos colegas para que me diesen su opinión. [...] Ian Fergusson y Leonard Compagno, dos de los mayores expertos mundiales [en tiburones blancos], colaboraron en su respuesta y coincidieron en la opinión de que, si no les hubiera dicho que la localización era Escocia, sino Sudáfrica, Australia meridional o California, su primera opción en cuanto a la identificación hubiese sido el tiburón blanco. Sin embargo, como yo había indicado "Escocia", se pusieron a pensar qué otra cosa podía ser.
    Esto es interesante. Si simplemente hubiese dicho "Creo que es un tiburón blanco. ¿Qué opináis?", es muy probable que dos expertos de renombre mundial se hubiesen quedado con la identificación original y la foto sería ahora mismo la primera prueba posible de un tiburón blanco en aguas británicas.
    Fascinante, a que si. Por si alguien se lo pregunta, debo decir que Richard Peirce, aunque está convencido, a título personal, de que el tiburón blanco visita esporádicamente las costas inglesas, deja bien claro en su libro que ninguna de las pruebas y testimonios que ha recogido son suficientes para sostener científicamente tal hipótesis.
         Y para concluir, permitidme que cite al mismísimo Henry F. Mollet, que en su página elasmollet, una especie de pequeña biblia para los forofos del tiburón blanco, afirma lo siguiente sobre la foto que acompaña el último testimonio:
    Basándome en la foto, la descripción y la experiencia del pescador, acostumbrado a ver tiburones peregrinos, estoy convencido de que es un tiburón blanco. Lo que refuerza mi opinión es que 11 días antes del suceso cuatro buceadores a bordo de una lancha neumática a unas 100 millas de distancia (islas Summer cerca de Ullapool) se vieron sorprendidos por un tiburón de las mismas características. Quienes iban en ella vieron más detalles cuando el tiburón iba nadando y observaron su parte inferior blanca, su enorme envergadura, la aleta dorsal rígida y el morro apuntado con un pequeño ojo negro. (White Shark Summary Carcharodon carcharias (Linnaeus, 1758)).
    Bueno. Pues vosotras/os diréis.

    Foto: Christian Kemper.
    ______________________________
    ¹Las referencias completas son: Richard Peirce (2011). Sharks in British Seas. Bude, Cornwall, Shark Cornwall [2ª edición], y Richard Peirce (2016). The U.K. Great White Shark Enigma. Bude, Cornwall, Shark Cornwall.
    ²Completo la información de Richard Peirce con datos tomados del propio testimonio del pescador: George Carter (2008). Large shark species in northern Scottish waters. The Glasgow Naturalist 25, part 1, accesible a través de la página de la Glasgow Natural History Society.

    Ataques 2017

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    Tiburón blanco (Carcharodon carcharias). Foto de Andrew Fox.
    El ISAF (ya sabéis, siglas del International Shark Attack File, "Archivo Internacional de Ataques de Tiburón") acaba de publicar las cifras de ataques registrados en todo el mundo durante el pasado 2017. En total se investigaron 155 incidentes, de los cuales solo 88, a su juicio, pudieron calificarse como ataques no provocados. El resto lo componen ataques provocados (30), "ataques" a embarcaciones (18), a cadáveres (2), accidentes en acuarios (1), y casos dudosos (12) o no confirmados (4).

         Se consideran ataques provocados aquellos en los que es el ser humano quien, de forma consciente o inconsciente, desencadena el ataque o la respuesta agresiva del tiburón, bien porque lo atrae hacia si en actividades como la pesca submarina, o bien porque es el que inicia el contacto físico, por ejemplo al liberarlo de un anzuelo... o cuando algún descerebrado, por hacer la gracia, lo agarra de la cola, de una aleta, etc. Incidentes dudosos son los que pueden haber sido causados por una especie distinta (una barracuda, por ejemplo), o bien por factores abióticos. Cuando los datos disponibles son insuficientes para determinar que ha existido un encuentro (o encontronazo) hombre-tiburón, se habla de casos no confirmados.

         A continuación, los datos más relevantes.
    • 88 ataques no provocados. Son 7 más que en 2016 y 5 por encima de la media de estos últimos 5 años, que se sitúa en 83.
    • 5 víctimas mortales. Una más que el año anterior. Fueron 2 personas fallecidas en la isla de Reunión, 1 en Australia, 1 en Costa Rica  y 1 en Cuba.
    • Distribución de los ataques. EEUU es el país que acapara el mayor número de ataques no provocados, con nada menos que 53 (esto es, el 60,2% del total). Por supuesto, Florida sigue siendo el estado que encabeza la lista, con 31 ataques (el 58% de toda Norteamérica), seguido de Carolina del Sur (10), Hawai (6) y California (2). Massachussetts, Carolina del Norte, Texas y Virginia completan la lista con un incidente cada una. Como alguno se lo estará preguntando, pues en efecto, dentro de Florida, el condado de Volusia sigue siendo el más "atacado", con 9 incidentes (29% de todo el estado), seguido de Brevard (7), Palm Beach (5), etc.
           A gran distancia se sitúan los 14 ataques registrados en Australia: 6 en Australia Occidental (uno de ellos con desenlace fatal), 5 en Nueva Gales del Sur, 2 en Queensland y 1 en Victoria. Aquí encontramos una pequeña discrepancia con el Australian Shark Attack File, que recoge 15 incidentes, indicando que en Queensland hubo 3, y no 2 (véase PDF).
           Por lo demás, se produjeron tres ataques en Reunión y dos en cada uno de los siguientes lugares: Ascensión, Bahamas, Costa Rica, Indonesia y Sudáfrica, cuya media anual es de 4 ataques y una fatalidad.
           Y por último un solo ataque en Brasil, Cuba, Egipto, Gran Bretaña, Japón, Maldivas, Nueva Zelanda y España (Canarias).
    • Tipología de las víctimas. Una vez más, surfistas y otros practicantes de deportes de tabla fueron quienes más atenciones recibieron por parte de nuestros admirados y casi siempre incomprendidos bichos, siendo coprotagonistas no deseados del 59 % de los ataques. Lo cual tiene su lógica, pues es la gente que más horas pasa en el agua, y además en zonas tan sensibles como las rompientes.
           Bañistas y nadadores en general sufrieron el 22% de los ataques; practicantes de snorkel y apnea, el 9%; la gente que estaba barrenando en las olas, con tabla (body surf) o sin ella, un 3%; los submarinistas un 2%; y el 5% restante, gente que hacía otras actividades en aguas someras.
    Jaquetón toro (Carcharhinus leucas). Foto: Alexander Safonov.

    Y también, un año más, las conclusiones, que no son nuevas para quienes seguís este blog, pero que no por eso vamos a dejar de repetir:

    1. ¿Peligrosos asesinos? El hecho de que, durante los muchos millones de horas que muchos millones de personas se pasan metidas en el agua a lo largo de millones de kilómetros de costa de todo el mundo, solo se hayan contabilizado 88 incidentes con 5 personas fallecidas... confirma que los tiburones no solo están muy lejos de ser sanguinarios asesinos, sino que pueden ser bastante menos peligrosos que otros animales salvajes más próximos a nosotros (y ya ni hablemos del propio ser humano).

    2. El conocimiento es nuestra mejor protección. La mejor forma de no verse envuelto en uno de estos incidentes es el conocimiento, la información, por parte de las autoridades y también de los usuarios de las playas, y la inteligencia para actuar en consecuencia, dando por sentado que el riesgo=0 no existe... en ningún ámbito de la vida. Uno de los últimos ataques mortales fue la consecuencia de haber ignorado una de las normas básicas a seguir en playas donde hay tiburones: no bañarse de noche, porque es cuando estos animales están más activos, cuando salen a cazar.
         En las costas de los EEUU nos encontramos con las tres especies más peligrosas, responsables de la inmensa mayoría de los ataques: el tiburón blanco (Carcharodon carcharias), el tiburón tigre (Galeocerdo cuvier) y el jaquetón toro (Carcharhinus leucas); pues bien, aun siendo el país donde con diferencia se han producido más incidentes, no ha habido ni una sola víctima mortal. Otras zonas del planeta notorias por albergar poblaciones de alguno de estos tiburones (o de los tres) responden a un patrón similar: en Sudáfrica tan solo hubo dos incidentes y ningún fallecido; en Australia, 14 y una sola fatalidad. En cambio, en la isla de Reunión, tres incidentes, dos muertos; en Costa Rica, dos y un muerto; en Cuba, uno y un muerto (el caso referido). Da que pensar.

    3. ¿"Ataques"? Y por último, una vez más, es conveniente llamar la atención sobre el poder sugestivo de las palabras: el término "ataque" suscita en nuestra mente ideas de agresividad, de muerte, de deseo de causar daño... de violencia gratuita... Es un término excesivamente cargado de sentido moral: el que ataca siempre tiene voluntad de hacernos daño, a nosotros o a nuestros seres queridos. A la vista de las cifras y datos aportados, parece claro que esto, en el caso de los tiburones, no es así... ese tipo de comportamiento sanguinario es patrimonio del ser humano.
         Los tiburones no tienen interés alguno en "hacernos daño", aunque tendrían sobradas razones para estar algo más que mosqueados con nosotros. La tipología de los ataques no refrenda semejante cosa. En la inmensa mayoría de los casos no deberíamos hablar de "ataques", en el sentido de que no hay un afán depredatorio claro hacia la víctima, sino de "incidentes". Los tiburones muerden para investigar, para conocer, no para hacernos daño. Si así fuese, tened por seguro que el número de víctimas sería insoportables.
         Nuestros queridos bichos no son más que animales salvajes que siguen un patrón de comportamiento que llevan escrito en sus genes y que estamos empezando a conocer. Nada más... y nada menos.

    Tiburón tigre (Galeocerdo cuvier). Foto: Daniel Botelho.

    Tiburones blancos en Australia

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    Carcharodon carcharias. Foto: Don Silcock.
    Si en su momento hablamos del tamaño de las poblaciones de tiburón blanco en California y Sudáfrica [Quedan muy pocos tiburones blancos, El tiburón blanco sudafricano en peligro, 200 o 2000 tiburones blancos en California], hoy le toca a Australia, el tercero de los lugares míticos (para quienes crecimos devorando documentales) del gran Carcharodon carcharias. Y como siempre, lo hacemos al hilo de un trabajo publicado hace poco, el pasado febrero: R. M. Hillary, M. V. Bravington, T. A. Patterson,  P. Grewe, R. Bradford, P. Feutry, R. Gunasekera, V. Peddemors, J. Werry, M. P. Francis, C. A. J. Duffy & B. D. Bruce (2018). Genetic relatedness reveals total population size of white sharks in eastern Australia and New Zealand. Scientific Reports, 2661. doi: 10.1038/s41598-018-20593-w (de acceso libre pinchando aquí).

    Y los resultados, tras una serie de cálculos, estimaciones y revisiones son que en la región SE de Australia y Nueva Zelanda habitan alrededor de 5460 tiburones blancos, en una horquilla de entre 2909 y 12 802 ejemplares, de los cuales 750 son adultos (en una margen de 470-1030). Las tasas de supervivencia son de más del 90% en los adultos y del 73% en los juveniles.

    Como ya os imagináis, esto de contar cuántos tiburones hay en un lugar resulta una tarea particularmente difícil y compleja, empezando por el propio medio, el océano, un espacio inabarcable para el escrutinio científico, y siguiendo por los propios bichos, cuya biología y patrón de movimientos todavía ofrecen a nuestros ojos demasiadas zonas oscuras. Vamos, que es de todo punto imposible agarrar todos los tiburones, colocarlos a un lado y ponerse a contar desde la jaula.
         Bromas aparte, son muchas las variables que hay que tener en cuenta a la hora de calcular el tamaño de una población de tiburones. ¿Existe una cifra más o menos constante de avistamientos a lo largo del año? ¿Se ha logrado definir, en esa área concreta de estudio, un comportamiento migratorio asociado, por ejemplo, a la reproducción, la alimentación o a ambos? ¿Lo siguen todos los individuos, o se han detectado diferencias relacionadas con la talla o el sexo? Los científicos se ven obligados a idear métodos que tengan en cuenta estas y otras variables para obtener una estimación lo más aproximada posible a lo que debe de ser la realidad (ante la imposibilidad de un cálculo exacto), por lo común utilizando laberínticos programas estadísticos que creo que solo entienden ellos. El que no pocas veces las conclusiones acaben suscitando debates, a veces un tanto encendidos, entre la propia comunidad científica (que puede cuestionar la pertinencia de los datos manejados, la idoneidad del método, o las cifras resultantes) da idea de la enorme dificultad de todo ello.

    El equipo de investigadores australianos del CSIRO (algo así como el CSIC español, pero creo que con más medios) que firman el trabajo junto con otros colegas neozelandeses utilizaron un sistema novedoso y razonablemente exacto, según sostienen: la marca y recaptura de parientes cercanos ("close-kin mark-recapture"), que habían diseñado para calcular la población reproductora del atún de aleta azul del sur (Thunnus maccoyii). Se trata, en esencia, de algo parecido a lo que se ha venido haciendo en otros estudios similares: marcar tiburones para contarlos una vez que se "recapturan", es decir, cuando los científicos vuelven a toparse de alguna forma con ellos (fotografía, señal acústica, satelital, etc). La diferencia está en que en esta ocasión el marcado incluye la extracción y análisis comparativo de material genético de un amplio número de individuos, fundamentalmente juveniles. Cada tiburón lleva consigo la marca genética de sus progenitores, cuando esta "marca" se detecta en el material genético de otro individuo distinto se produce la "recaptura". El objetivo es estudiar el grado de parentesco y calcular el porcentaje de medio hermanos (es decir, hermanos por parte de padre o de madre) se encuentran en la zona, y sobre esa cifra estimar el número y tasa de supervivencia de los adultos.
         Los tiburones blancos adultos y subadultos muestran una amplia movilidad a lo largo de toda esta región de Australasia, lo que dificulta el muestreo de un número aceptable de individuos, mientras que los juveniles mantienen una distribución más costera, con algunos grupos de edad concentrándose estacionalmente a lo largo de la costa del estado de Nueva Gales del Sur. Esto permite la obtención de muestras genéticas y facilita el seguimiento de individuos mediante marcas acústicas, lo que permite a estos científicos estimar su tasa de supervivencia.
         Resumiendo la cosa, tal vez en exceso, los científicos tomaron todos estas cifras aproximadas del porcentaje de medio hermanos, las tasas de supervivencia de juveniles y adultos, y junto con los datos biológicos conocidos (media de crías por camada, tallas y edades de madurez, longevidad, ciclo reproductivo), los sometieron a un complejísimo cálculo estadístico repleto de fórmulas la mar de raras, como quien mete en el horno la bandeja del pollo con todos los condimentos y le da al ON. Con las cifras que he añadido al principio.
    Fuente: CSIRO.
    Según parece, en Australia existen dos subpoblaciones de tiburones blancos , la suroccidental y la oriental. El límite lo marca el estrecho de Bass, que separa el extremo meridional del continente de la isla de Tasmania. La población suroccidental ocupa la franja SW australiana remontando hacia el norte hasta Ningaloo Reef, y la oriental se extiende todo hacia el este hasta la zona central de Queensland e incluye Nueva Zelanda. El trabajo se centra, como queda dicho, en la población suroccidental, pero también aporta una estimación del número de ejemplares adultos que es el doble que la oriental, nada menos que 1460 individuos, en una horquilla de 760-2250.

    Como epílogo, los científicos que firman el trabajo admiten que sus cifras son necesariamente mejorables (ajustables) a medida que se vayan conociendo e incorporando nuevos datos sobre la biología de este magnífico tiburón.
         En cualquier caso, se abre la veda. A ver qué opina la comunidad científica.



    ...

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    Después de 6 años... nos vamos a tomar un pequeño descanso.

    Gracias por estar siempre ahí.







    Rafael Aso, In memoriam

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    I Encuentro Blogtiburones. Lerma, 10-12 de junio de 2011.
    El silencio es algo que únicamente podemos comprender mediante palabras (una paradoja solo en apariencia). Lo mismo ocurre con el vacío como el que sentimos ante la pérdida inesperada de una persona querida, lo que no es extraño, pues al fin y al cabo, el silencio no es más que uno de los rostros del vacío. En momentos así uno piensa: "No hay palabras", pero no es cierto. Sí hay palabras. Solo que, inmersas en el torbellino fantasioso e insano que se nos forma dentro, resulta difícil atraparlas y construir con ellas un discurso capaz de recoger todo esto que nos aflige y corroe. Silencio, vacío, vértigo, angustia, llanto, pesadumbre, tristeza, desconsuelo, rabia... Lleva su tiempo gestionar y dar forma a emociones tan dolorosas, y cada uno lo haremos a nuestra manera, a nuestro ritmo.

    Mientras tanto, la dura realidad es que el viernes pasado se nos fue un grandísimo amigo y compañero, repentinamente, sin previo aviso, dejándonos sumidos en el más espantoso e incomprensible de los silencios: a su inseparable Mireia, a su hijo Sergi, a todos quienes hemos tenido la fortuna de conocerle y disfrutar de su amistad. Su corazón, tan grande, le jugó una mala pasada (y esto sí que es una paradoja, bien triste y trágica), y, de la noche a la mañana... se marchó.


    Conocí a Rafa hace tan solo 10 años, cuando la pasión por los tiburones, como el "destino del corazón" del que habla el tango, nos reunió en el inolvidable foro de Blogtiburones, una especie de parque temático digital armado y dirigido por un tal Joseclon y habitado por una fauna de lo más extravagante que uno pueda encontrarse en la red. En un primer momento solo fuimos nicks, seudónimos: el propio Rafa, fri, dave, TRYCKY, miguel, Mako-merrill, Nomacek, Sisquet, Terminator, Jumer, entre otros muchos que iban y venían en interminable procesión.
         En el Foro aprendimos y compartimos, nos peleamos y nos reímos, vivimos y disfrutamos hablando sobre los bichos que tanto amábamos, sobre Jaws y sobre otras películas de tiburones, cada cual más espantosa; pero también sobre Wagner y Pink Floyd, sobre las dotes diplomáticas de TRYCKY, sobre Kubrick y Monty Python, sobre "el dios de los mares", que ya eran ganas de enredar. Día tras día, casi sin darnos cuenta, fue surgiendo un algo cercano a la amistad, que se forjó definitivamente cuando los nicks se encarnaron en personas. Ocurrió tres años después, en el I Encuentro Blogtiburones que celebramos en Lerma: dos días sensacionales durante los cuales, en efecto, nadie bebió agua, todos comimos morcilla... y vimos nacer y consolidarse una hermosa amistad a prueba de jaulas y de distancias... y nos constituimos en una especie de familia (también hablamos de tiburones).

    A lo largo de estos años de amistad Rafa demostró ser (nunca dejará de serlo) una de las personas más nobles, buenas y generosas que jamás he conocido, que no se mereció ninguna de las putadas que le hizo la vida y sí, en cambio, todas las cosas buenas que tuvo a bien dejarle en el camino, como acertadamente señaló un amigo común. Estoy seguro de que todos sentimos lo mismo.

    Un dibujo y una caricatura.

    El vacío, la nada, forma parte de nosotros y de todo cuanto nos rodea. Los átomos de que estamos construidos, forjados en el mismísimo inicio del universo, son vacío en más de un 98%... pero un vacío surcado por haces de energía.

    Siempre cordial, siempre generoso desde su corazón enorme, Rafa se ha ido dejándonos sus magníficos dibujos y caricaturas, su humor y su amor: por el mar, por la vida, por los suyos, por los tiburones (¡sus tiburones blancos, que tuvo la fortuna de ver en Sudáfrica!) y, sobre todo, su cariño, su ternura y su amistad. Esta es la energía que vivirá para siempre en nosotros, en nuestra memoria, hasta que nos volvamos a encontrar, tal vez, de algún modo, en algún lugar o en algún no-lugar.

    Hasta siempre, Rafa. Como tú mismo escribiste una vez, "necesitaremos un corazón más grande".

    Barcelona, 14 de abril de 2018.

    ...joder... ¡y ni te imaginas cuánto te echaremos de menos!




    Ataques 2018

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    Tiburón blanco (Carcharodon carcharias). Foto: Mike Coots, Discover Sharks.
    Hace unas semanas, el ISAF (Archivo internacional de ataques de tiburón) hizo público su informe anual, un documento interesante tanto para quienes amamos los tiburones como, sobre todo, para quienes los temen o los odian: sus estadísticas, claras y frías, demuestran la radical irracionalidad del miedo y del rechazo que estos magníficos animales provocan todavía en buena parte del público, incluso en países como el nuestro, en donde las vacas y los perros matan más personas y los petardos causan daños mucho más terribles.
         Y ya puestos, este informe debería ser de obligada lectura para algunos "periodistas", que no dudan en entregarse a la irresponsable estupidez de perpetuar la imagen del tiburón como un bicho malvado y sanguinario a cambio de una mayor cuota de audiencia (aunque dudo que la realidad pueda hacer mella en semejante falta de escrúpulos).
         En fin. Vamos, como siempre, a los datos.
         Fueron un total de 130 incidentes los analizados por el equipo de expertos del ISAF, de los cuales sólo 66 recibieron la calificación de ataques no provocados*... EN TODO EL MUNDO... una cifra muy por debajo de la media de los últimos 5 años, que se sitúa en 84. Los datos más relevantes son los siguientes:
    • 66 ataques no provocados. 22 menos que durante el año anterior.
    • 4 personas fallecidas. Una menos que en 2017. En Australia, EEUU, Brasil y Egipto. 
    • Distribución de los incidentes. EEUU, como siempre, fue el país más "atacado", si bien con un descenso considerable respecto del año anterior: 32 incidentes (representando el 48% del global) frente a los 53 del 2017 (60,2%). Y siguiendo la tradición, Florida es el estado donde se concentraron la mayoría de los incidentes (16), seguido de las dos Carolinas y Hawái, con tres ataques cada uno; Nueva York y Massachussetts, con tres, y California, Georgia y Texas, con uno por cabeza. De nuevo, dentro de Florida, Volusia fue el condado con más incidentes, pero con un descenso importante: tan sólo 4, frente a los 10 del año anterior.
           En Australia se registraron 20 incidentes, 6 más que en 2017. Su distribución, de acuerdo con el Australian Shark Attack File, es la siguiente: 9 en Nueva Gales del Sur, 7 en Australia Occidental, 3 en Queensland (uno de ellos mortal) y 1 en Victoria.
           En Brasil y Egipto se produjeron 3 ataques; 2 en Sudáfrica, y 1 en las Bahamas, Costa Rica, Galápagos, Nueva Caledonia, Nueva Zelanda y Tailandia.
    • Tipología de las víctimas. Como siempre, los surfistas y practicantes de otros deportes de tabla son el grupo en el que se concentra la mayor parte de los incidentes (nada menos que el 53% del total), lo cual es lógico puesto que son quienes más tiempo pasan en el agua, y además en zonas tan sensibles como las rompientes.
           El 47% restante se distribuye entre bañistas y nadadores (el 30% de los incidentes), practicantes de snorkel y apnea (el 6%), submarinistas (el 5%); body-surfers (el 3%), y gente que realizaba otras actividades en aguas poco profundas (3%).

    👉 CONCLUSIÓN Nº 1: MUY POCOS ATAQUES. Para ser tan sanguinarios, atacan y matan bien poco. ¿Será que los tiburones no son depredadores tan despiadados ni tan malvados como los pintan? Los datos hablan por si solos, ratificando las conclusiones de todos los años: millones de personas metidas en el agua a lo largo de millones de kilómetros de costa en todo el mundo durante millones de horas... y solo 66 accidentes y 4 personas fallecidas... son cifras tan insignificantes (evidentemente no así para los afectados y sus familias, pero esa es otra cuestión), que cualquier organismo relacionado con la salud y la seguridad públicas las firmaría con gusto si estuviesen referidas a cualquiera de las principales causas de muertes accidentales. En el año 2012, unas 372 000 personas murieron ahogadas en todo el mundo (579 en España), según datos de la OMS (ver informe aquí): cada hora de cada día murieron por esta causa unas 42 personas, casi la mitad menores de 25 años.
         Qué tozuda es la realidad, ¿a que si?

         Riesgos y tendencias bajos. Y por si estos datos no fuesen suficientes, un reciente trabajo** firmado por, entre otros, el propio director del ISAF, George H. Burgess, viene a corroborar, tras analizar el histórico de ataques en los 14 lugares del planeta con mayor número de accidentes entre 1960-2015, que los riesgos a nivel global son muy bajos, incluso en aquellas zonas más densamente pobladas, tanto por bañistas como por tiburones (el estudio se centra en las tres especies responsables de la mayoría de los ataques: el tiburón blanco, Carcharodon carcharias, el tiburón tigre, Galeocerdo cuvier, y el jaquetón toro, Carcharhinus leucas). Un dato curioso es que, a nivel global, el 85% de los incidentes no fueron mortales; porcentaje que se reduce a tan solo el 2% en el país donde más ataques se han producido, los EEUU, con 1215.

    Tiburón tigre (Galeocerdo cuvier). Foto: Reinhard Arndt.

         Cifras en perspectiva. El siguiente gráfico muestra la evolución del número de accidentes no provocados desde que este blog comenzó su andadura.
    Elaboración propia a partir de los informes anuales del ISAF.
    Durante el 2012 se registraron 80 accidentes o ataques no provocados con 7 personas fallecidas. El 2013 fue el año con mayor número de víctimas: 75 accidentes y 10 fatalidades. Por contraste, al año siguiente, 2014, hubo sólo 3 muertos en 72 ataques. El 2015 trajo consigo un mayor contrapunto al 2013 al ampliar la brecha entre el número de ataques y el de fallecidos: el número de ataques se disparó hasta los 98 y fallecieron 6 personas. En 2016 se registraron 81 accidentes, 4 de ellos fatales; y en 2017 las cifras fueron de 88 y 5.
         ¿Qué más se puede decir?


    👉 CONCLUSIÓN Nº 2: DEBEMOS CAMBIAR LA IMAGEN POPULAR DEL TIBURÓN. Los tiburones no son asesinos, no están ahí para devorar gente, no nos tienen rabia.
    • No les interesamos ni como aperitivo. Los tiburones muy raramente consideran a las personas vivas como comida. Los ataques con fines tróficos suponen, cuando se producen, una insignificancia dentro de un cómputo global ya de por si insignificante.
    • Ni tampoco como pasatiempos. A los tiburones tampoco les interesa lo más mínimo triturar carne de bañista ni siquiera para pasar el rato entre foca y foca (ni incluso cuando la persona está viva y aullando de dolor, tal como nos gusta ver en las películas). Los tiburones no torturan; eso es privilegio de los seres humanos.
    • En realidad, las personas no somos para ellos más que una curiosidad que de vez en cuando no está de más investigar... y la desgracia (para nosotros y, bien mirado, también para ellos) es que los tiburones no tienen manos.
    Jaquetón toro (Carcharhinus leucas). Foto: Andy Murch.
    Mm.
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    *"Ataques no provocados": Se consideran "no provocados" aquellos incidentes en los que no ha habido ningún tipo de provocación por parte de las personas; es decir, no ha sido la víctima quien, consciente o inconscientemente, ha desencadenado el "ataque", por ejemplo al intentar tocar al tiburón, acosarlo, agarrarlo de la cola, etc. (este tipo de estupideces que cada vez vemos más en las redes sociales); o bien al tratar de liberar al animal de una red, extraerle un anzuelo, así como los diversos accidentes de pesca. Casos que, en su mayoría, deberíamos calificar como "defensas" por parte del pobre animal, y no como "ataques".
         Muchos de los supuestos "ataques" pueden ser producto de la curiosidad, y otros cuando la persona es percibida como una amenaza o un competidor potencial por una fuente de comida. De modo que, vistos desde la perspectiva del tiburón, podríamos considerar algunos de estos incidentes como "provocados"(el caso de los pescadores submarinos es particularmente controvertido). No es de extrañar que existan discrepancias entre los propios expertos a la hora de decidir si un ataque es o no es provocado, o incluso si realmente ha habido un ataque. Así por ejemplo, el Global Shark Attack File (Archivo global de ataques de tiburón) del Shark Research Institute, eleva a 6 la cifra de fallecidos el pasado año en ataques no provocados al incluir dos casos que no recoge el ISAF, ocurridos a pescadores submarinos: uno en Jamaica el 19 de septiembre y otro en Sonora, México, el 18 de diciembre, probablemente causado por un tiburón tigre (Galeocerdo cuvier). El ISAF reconoce sólo 5 ataques mortales: "Este año hubo cinco ataques mortales, cuatro de los cuales se confirmaron como no provocados".

    **Stephen R. Midway, Tyler Wagner & George H. Burgess (2019). Trends in Global Shark Attacks. PLoS ONE 14(2): e0211049. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0211049.

    Eros y tiburones en un texto de Valle-Inclán

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    Ramón María del Vallé-Inclán.
    Valle-Inclán (1866-1936) es uno de los grandes nombres de la literatura, no solo de la literatura en lengua española (la de esta parte del charco y también la de enfrente), sino de la literatura universal. Un genio de la palabra al que siempre es gratificante releer, por ejemplo aprovechando un largo y, a nuestra manera, lindo... domingo de lluvia. Y nada mejor para ello que las Sonatas, seguramente el culmen de su etapa modernista, las deliciosas memorias del inolvidable marqués de Bradomín, un particular Don Juan "feo, católico y sentimental", trasunto literario del propio autor.
         Os presento un fragmento de su
    Sonata de estío, publicada en 1903. La acción se desarrolla en México, donde Valle había estado por primera vez en 1892 como corresponsal para varios periódicos. El marqués, en plena ardiente juventud, vive una tórrida (en todos los sentidos) aventura con la Niña Chole, una especie de femme fatale criolla, en la que nos encontramos una mezcla de deseo, pasión, incesto, muerte, sexo... Eros y Tánatos, como siempre, de la mano, como se puede ver en esta especie de escena anticipatoria. Que la disfrutéis.

    Puerto de Veracruz con el fuerte de San Juan de Ulúa en 1859. Pintura de Johann Moritz Rugendas (Mauricio Rugendas).

    SONATA DE ESTÍO (fragmento)

    Ensoñador y melancólico permanecí toda la tarde sentado a la sombra del foque, que caía lacio sobre mi cabeza. Solamente al declinar el sol se levantó una ventolina, y la fragata, con todo su velamen desplegado, pudo doblar la Isla de Sacrificios y dar fondo en aguas de Veracruz. [...]  Apenas anclamos, sale en tropel de la ribera una gentil flotilla compuesta de esquifes y canoas. Desde muy lejos se oye el son monótono del remo. Algunas cabezas asoman sobre la borda de la fragata, y el avizorado pasaje hormiguea, se agita y se desata en el entrepuente. Háblase a gritos el español, el inglés, el chino. Todos se afanan y hacen señas a los barqueros indios para que se aproximen: Ajustan, disputan, regatean, y al cabo, como rosario que se desgrana, van cayendo en el fondo de las canoas que rodean la escalera y esperan ya con los remos armados. La flotilla se dispersa. Todavía a larga distancia vese una diminuta figura moverse agitando los brazos y se oyen sus voces, que destaca y agranda la quietud solemne de aquellas regiones abrasadas. [...] La noche se avecina. En esta hora del crepúsculo, el deseo ardiente que la Niña Chole me produce se aquilata y purifica, hasta convertirse en ansia vaga de amor ideal y poético. Todo obscurece lentamente: Gime la brisa, riela la luna, el cielo azul turquí se torna negro, de un negro solemne donde las estrellas adquieren una limpidez profunda. Es la noche americana de los poetas.
           Acababa de bajar a mi camarote, y hallábame tendido en la litera fumando una pipa, y quizá soñando con la Niña Chole, cuando se abre la puerta y veo aparecer a Julio César, rapazuelo mulato que me había regalado en Jamaica cierto aventurero portugués que, andando el tiempo, llegó a general en la República Dominicana. Julio César se detiene en la puerta, bajo el pabellón que forman las cortinas:
           —¡Mi amito! A bordo viene un moreno que mata los tiburones en el agua con el trinchete. ¡Suba, mi amito, no se dilate!...
           Y desaparece velozmente, como esos etíopes carceleros de princesas en los castillos encantados. Yo, espoleado por la curiosidad, salgo tras él. Heme en el puente que ilumina la plácida claridad del plenilunio. Un negro colosal, con el traje de tela chorreando agua, se sacude como un gorila, en medio del corro que a su rededor han formado los pasajeros, y sonríe mostrando sus blancos dientes de animal familiar. A pocos pasos dos marineros encorvados sobre la borda de estribor, halan un tiburón medio degollado, que se balancea fuera del agua al costado de la fragata. Mas he ahí que de pronto rompe el cable, y el tiburón desaparece en medio de un remolino de espumas. El negrazo musita apretando los labios elefanciacos:
    ¡Pendejos!
    "Pesca de tiburones". Ilustración francesa de 1857.
    Y se va, dejando como un rastro en la cubierta del navío las huellas húmedas de sus pies descalzos. Una voz femenina le grita desde lejos:
    ¡Ché, moreno!...
    ¡Voy, horita!... No me dilato.
    La forma de una mujer blanquea en la puerta de la cámara. ¡No hay duda, es ella! ¿Pero cómo no la he adivinado? ¿Qué hacías tú, corazón, que no me anunciabas su presencia? ¡Oh, con cuánto gusto hubiérate entonces puesto bajo sus lindos pies para castigo! El marinero se acerca:
    ¿Manda alguna cosa la Niña?
    Quiero verte matar un tiburón.
    El negro sonríe con esa sonrisa blanca de los salvajes, y pronuncia lentamente, sin apartar los ojos de las olas que argenta la luna:
    No puede ser, mi amita: ¡Se ha juntado una punta, sabe?
    ¿Y tienes miedo?
    ¡Qué va!... Aunque fácilmente, como la sazón está peligrosa... Vea su merced no más...
    La Niña Chole no le dejó concluir:
    ¿Cuánto te han dado esos señores?
    Veinte tostones: Dos centenes, ¿sabe?
    Oyó la respuesta el contramaestre, que pasaba ordenando una maniobra, y con esa concisión dura y franca de los marinos curtidos, sin apartar el pito de los labios ni volver la cabeza, apuntóle:
    ¡Cuatro monedas y no seas guaje!...
    El negro pareció dudar. Asomóse al barandal de estribor y observó un instante el fondo del mar donde temblaban amortiguadas las estrellas. Veíanse cruzar argentados y fantásticos peces que dejaban tras sí estela de fosforescentes chispas y desaparecían confundidos con los rieles de la luna: En la zona de sombra que sobre el azul de las olas proyectaba el costado de la fragata, esbozábase la informe mancha de una cuadrilla de tiburones. El marinero se apartó reflexionando. Todavía volvióse una o dos veces a mirar las dormidas olas, como penetrado de la queja que lanzaban en el silencio de la noche. Picó un cigarro con las uñas, y se acercó:
    Cuatro centenes, ¿le apetece a mi amita?
    La Niña Chole, con ese desdén patricio que las criollas opulentas sienten por los negros, volvió a él su hermosa cabeza de reina india, y en tono tal, que las palabras parecían dormirse cargadas de tedio en el borde de los labios, murmuró:
    ¿Acabarás?... ¡Sean los cuatro centenes!...
    Los labios hidrópicos del negro esbozaron una sonrisa de ogro avaro y sensual: Seguidamente despojóse de la blusa, desenvainó el cuchillo que llevaba en la cintura y como un perro de Terranova tomóle entre los dientes y se encaramó sobre la borda. El agua del mar relucía aún en aquel torso desnudo que parecía de barnizado ébano. Inclinóse el negrazo sondando con los ojos el abismo: Luego, cuando los tiburones salieron a la superficie, le vi erguirse negro y mitológico sobre el barandal que iluminaba la luna, y con los brazos extendidos echarse de cabeza y desaparecer buceando. Tripulación y pasajeros, cuantos se hallaban sobre cubierta, agolpáronse a la borda. Sumiéronse los tiburones en busca del negro, y todas las miradas quedaron fijas en un remolino que no tuvo tiempo a borrarse, porque casi incontinenti una mancha de espumas rojas coloreó el mar, y en medio de los hurras de la marinería y el vigoroso aplaudir de las manos coloradotas y plebeyas de los mercaderes, salió a flote la testa chata y lanuda del marinero que nadaba ayudándose de un solo brazo, mientras con el otro sostenía entre aguas un tiburón apresado por la garganta, donde traía hundido el cuchillo... Tratóse en tropel de izar al negro: Arrojáronse cuerdas, ya para el caso prevenidas, y cuando levantaba medio cuerpo fuera del agua, rasgó el aire un alarido horrible, y le vimos abrir los brazos y desaparecer sorbido por los tiburones. Yo permanecía aún sobrecogido cuando sonó a mi espalda una voz que decía:
    ¿Quiere hacerme sitio, señor?

    "Marinero mutilado por un tiburón". Grabado de 1884.
    Al mismo tiempo alguien tocó suavemente mi hombro. Volví la cabeza y halléme con la Niña Chole. Vagaba, cual siempre, por su labio inquietante sonrisa, y abría y cerraba velozmente una de sus manos, en cuya palma vi lucir varias monedas de oro. Rogóme con fanático misterio que la dejase sitio, y doblándose sobre la borda las arrojó lo más lejos que pudo. En seguida volvióse a mí con gentil escorzo de todo el busto:
    ¡Bien se lo ha ganado!
    Yo debía estar más pálido que la muerte, pero como ella fijaba en mí sus hermosos ojos y sonreía, vencióme el encanto de los sentidos, y mis labios aún trémulos, pagaron aquella sonrisa de reina antigua con la sonrisa del esclavo que aprueba cuanto hace su señor. La crueldad de la criolla me horrorizaba y me atraía: Nunca como entonces me pareciera tentadora y bella. Del mar oscuro y misterioso subían murmullos y aromas: La blanca luna les prestaba no sé qué rara voluptuosidad. La trágica muerte de aquel coloso negro, el mudo espanto que se pintaba aún en todos los rostros, un violín que lloraba en la cámara, todo en aquella noche, bajo aquella luna, era para mí objeto de voluptuosidad depravada y sutil...

    [Ramón del Valle-Inclán.
    Sonata de primavera. / Sonata de estío. Madrid: Austral, 1987 (17ª impresión de la 1ª ed. de 1944), pp. 98-103.]

    Izq.: Valle-Inclán en 1910. Dcha: Portada de la edición de la Sonata de estío en su Opera Omnia.

    Por la prohibición global de la pesca en altamar

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    El súper arrastrero ruso "Mikhail Verbitsky", de 120 m de eslora, arrasando las aguas de África Occidental. Foto: Pierre Gleizes, Greenpeace.
    Daniel Pauly es uno de los grandes expertos en pesquerías que tenemos en la actualidad. Este biólogo marino de 73 años es profesor en la British Columbia University, en Canadá, e investigador principal del grupo de investigación de pesquerías Sea Around Us ("el mar que nos rodea"), que evalúa el impacto de las pesquerías en los diferentes ecosistemas marinos del mundo y ofrece soluciones y estrategias a las partes interesadas, además de ser una imprescindible base de datos de pesca a nivel mundial. Nadie mejor que él para hablarnos de la compleja problemática que envuelve las cuestiones pesqueras.
          Pauly es una de las voces que defienden la clausura de la altamar a todo tipo de actividad pesquera como estrategia fundamental para recuperar las poblaciones de especies migratorias y, en consecuencia, para asegurar el propio futuro de la pesca como actividad económica sostenible. Un futuro que debe construirse sobre la base de una apuesta por la pesca artesanal, frente a la pesca industrial, altamente tecnologizada y más cara y destructiva, y —un dato muy preocupante que a menudo se deja en segundo o tercer plano muchísimo más contaminante, y cada vez más. Si fuese un país, el conjunto de la industria pesquera estaría situada en el puesto 18 del ranking mundial de los países consumidores de combustibles fósiles, al mismo nivel de Holanda, representando el 1,2% del consumo total y emitiendo directamente a la atmósfera más de 130 millones de toneladas de CO2¹.
         Para confeccionar este artículo he incluido extractos de una magnífica y jugosa entrevista publicada el 27 de septiembre de 2018 en la revista digital Yale Environment 360, de la Facultad de Estudios Forestales y Medioambientales de la Universidad de Yale, que amablemente ha dado su permiso para traducirlos y reproducirlos aquí.

    Daniel Pauly. Foto: Alison Barrat, Yale Environment 360.
    1. La pesca industrial: Una calamidad subvencionada. La pesca industrial puede definirse como un camino hacia la nada. Su estrategia es de una simpleza que asusta: consiste básicamente en agotar un caladero, arrasar un tramo de océano, para luego trasladarse al siguiente, en horizontal, en vertical, o en ambos a la vez. Daniel Pauly la compara con un esquema Ponzi:
    [DP] Un esquema Ponzi es aquel en el pagas a tus antiguos inversores con el dinero de nuevos inversores, no con el que procede de algún beneficio real. Si observamos la evolución de las pesquerías a lo largo de los últimos 50 o 60 años, esto es lo que está ocurriendo. Agotamos un lugar, por ejemplo las aguas europeas o norteamericanas, y luego nos vamos al sudeste asiático o a África, ahora incluso a la Antártida. Cuando llega el momento en que ya no logras captar nuevos inversores o en este caso nuevos stocks pesqueros que puedas explotar todo el entramado se derrumba. Esto es exactamente lo que está ocurriendo. Las pesquerías están agotándose porque ya no existen nuevas áreas que puedan compensar aquellas que ya se han quedado sin peces.
    Las flotas viajan a lugares cada vez más lejanos² y profundos en una carrera desquiciada hacia ninguna parte, y lo notable es que cada vez pescan menos, pese a que los buques son cada vez más potentes y disponen de herramientas tecnológicas cada vez más sofisticadas.
    [DP] Las capturas fueron aumentando hasta mediados de los años 90. A mediados de los 90 las pesquerías seguían expandiéndose hacia todos los rincones del océano, pero ya no lograban compensar la destrucción de las poblaciones de peces, por lo que las capturas empezaron a disminuir. En general, a partir de los años 90 las capturas han ido disminuyendo a razón de entre 1 y 2 millones de toneladas por año.
    Entretanto, el mar se vacía de peces (mientras se llena de plástico, pero esta es otra cuestión) y las grandes compañías hacen su negocio... pero curiosamente sólo gracias a las ingentes inyecciones de dinero público que reciben cada año.
    [DP] En efecto. Como los peces se encuentran tan dispersos y son tan difíciles de encontrar, solo se les puede pescar gracias a enormes subvenciones por parte de los países de procedencia de cada flota. Así por ejemplo, España solo puede pescar en el Atlántico occidental y central porque sus flotas reciben muchísimas subvenciones. Japón pesca en los trópicos y eso no sería viable sin subvenciones. La flota china es de arrastre de fondo, eso solo pudo hacerse gracias a enormes subvenciones. Lo mismo para Korea, lo mismo para Taiwán.
    El tema de las subvenciones a la pesca da para mucho. Los interesados pueden consultar, por ejemplo, la serie de tres artículos La pesca insostenible subvencionada I, II y III (España).

    Un cailón (Lamna nasus) en una captura accidental. Foto: Brian Raymond.
    2. Altamar: La Tragedia de los comunes. Si en aguas relativamente próximas a las costas la situación de las poblaciones objeto de pesca industrial ya estaba complicada, por decirlo suavemente, incluso en aquellas zonas de los países más desarrollados, teóricamente más controladas y sometidas a una serie de planes de gestión³, la altamar es directamente un territorio sin ley. Ahí, los que disponen de medios técnicos y dinero van y se llevan todo lo que pueden antes de que llegue el vecino y haga lo propio (si no son los españoles, son los rusos, si no, los americanos, o los chinos, o quien sea)... hasta que no quede nada. Como los virus: hasta que el huésped se muere.
         Es la perfecta demostración de la llamada Tragedia de los comunes, que el biólogo ecologista norteamericano Garrett Hardin expuso en 1968. Este conocido dilema describe lo que ocurre cuando varios actores económicos, movidos por un aparentemente legítimo deseo de obtener beneficios, compiten entre si de manera individual, independiente el uno de los demás, en la explotación de un bien natural común, limitado, sobre el que apenas pesa regulación alguna. La maximización del beneficio individual sin tener en cuenta el bienestar colectivo y la conservación de ese bien común conduce al agotamiento de los recursos, a su destrucción, aun cuando va en contra de toda lógica racional, pues juega en contra de los intereses de cada individuo.

    3. Por la prohibición global de la pesca en altamar. Tímidamente se están debatiendo e implementando medidas para intentar recuperar el océano, como por ejemplo la creación de reservas marinas, las propuestas para prohibir o limitar el uso de ciertas artes de pesca como las redes de deriva, etc. Pero Daniel Pauly, junto con un número cada vez mayor de expertos, va más allá y propone nada menos que la prohibición de la pesca de gran altura en todo el mundo; o sea, clausurar para la pesca cerca del 58% de la superficie de todos los océanos. Una medida sin duda polémica y para mucha gente incluso escandalosa (para la propia industria pesquera, ni os cuento) e impensable, puesto que en principio parece augurar una debacle económica para los países, la pérdida de miles de puestos de trabajo, etc. Pero no hay nada como serenarse, coger aire y seguir leyendo para entender.
    [DP] Bueno, puede que a mucha gente le sorprenda, pero en realidad es muy poco lo que se pesca en mar abierto. Menos del 10% de las capturas mundiales proceden de altamar, fuera de las ZEE. Por lo que verdaderamente no supone un gran problema para las pesquerías.
    La Zona económica exclusiva (ZEE) de un país comprende una franja de 200 millas náuticas (algo más de 370 km) a lo largo de sus costas.
    Mapa de las ZEE (verde). Fuente: White & Costelo, PLoS BIOL (2014).
    En todo el mundo hay algo más de 150 ZEE, que representan cerca del 42% de la superficie del océano. En ellas cada país tiene jurisdicción para explotar sus recursos a su manera; puede excluir o aceptar, en virtud de los acuerdos que considere, flotas pesqueras de otros países (y esta es también otra cuestión importante: los acuerdos pesqueros, a veces abusivos, cuando no sangrantes, que ciertas empresas de países industrializados firman con las élites no siempre íntegras e insobornables de países en desarrollo o directamente sin estado, sumidos permanente en una suerte de caos político y social, como una maldición).
    [DP] La gente asume que con el 59% del océano clausurado no quedarán lugares donde pescar. Pero esto en absoluto es así. Todas las especies que se capturan en alta mar, como el atún, se desplazan regularmente entre el mar abierto y las aguas costeras controladas por cada país. De manera que podrían seguir pescándose. Pero en vez de ser capturadas en alta mar por, digamos, una docena de países, las capturas podrían estar repartidas de una manera más equitativa.
    En la actualidad, Japón, Corea del Sur, Taiwán, China, España, Francia y unos pocos países más con grandes flotas industriales monopolizan prácticamente la pesca en alta mar. Otros países, países grandes como India y Brasil, se quedan al margen y solo explotan sus Zonas económicas exclusivas. Por tanto existe un problema de desigualdad. Si las capturas no las estuviesen llevando a cabo estas grandes flotas extranjeras, serían los países costeros (que en la actualidad obtienen escasos beneficios) quienes las harían, por ejemplo los países del África oriental y occidental, los países del sudeste asiático y el Caribe.
    Siempre hablando en general, las ZEE bien gestionadas sobre la base de criterios científicos están logrando recuperar las poblaciones de ciertas especies locales antes sometidas a un fuerte impacto pesquero.
         Sin embargo, las especies pelágicas altamente migratorias que, como los tiburones, los atunes o los marlines, cruzan constantemente de una ZEE a otra y de ahí a mar abierto, estas medidas locales de protección y de gestión se revelan insuficientes. No hace falta explicar por qué.

    Arrastrero descartando 60 toneladas de sardina en algún punto de la costa africana. Fuente: Western Sahara Resources Watch a través de www.greenpeace.org. Una masacre sin sentido.
    4. Beneficios.¿Qué clase de beneficios podría acarrear el convertir casi 3/4 partes del océano en una reserva marina? Pauly menciona un trabajo publicado hace pocos años que concluye que, por un lado, ayudaría a la recuperación de las poblaciones de especies altamente migratorias (una cuestión que, a juicio de sus autores, representa "uno de los mayores desafíos a nivel mundial para la gestión sostenible de la pesca"); por otro, traería un beneficio importante para la propia industria pesquera. Los cálculos arrojan un incremento de más del 150% en la conservación de las poblaciones de peces, que derivaría en un aumento incluso superior al 100% en los beneficios y por encima del 30% en el rendimiento de las pesquerías.
         Y por supuesto está el tema de la igualdad en el acceso y gestión de los recursos del mar. Esta medida podría ayudar a que los países costeros tuvieran más pesca dentro de sus propias ZEE, si bien esto requiere la adopción de un paquete extra de medidas por parte de la comunidad internacional.

    5. Los conservacionistas son amigos, no comida: Apuesta por la pesca artesanal. Aunque parece una obviedad, hay que recordar que ni Daniel Pauly ni la comunidad científica que aboga por medidas como esta son enemigos de la pesca, de la industria pesquera. Más bien al contrario: gestionar racionalmente los recursos, buscar fórmulas para recuperar los diversos ecosistemas marinos y las especies que los habitan sirve para evitar que esta actividad económica continúe autodestruyéndose.
    [DP] Para mi, la industria pesquera es como una persona perturbada que está todo el rato queriendo suicidarse y anda dando vueltas por ahí con un cuchillo. Y nosotros estamos siempre intentado evitar que se lo clave. Acabarían arrasando el stock del que ellos mismos dependen. Los conservacionistas son los únicos que están evitando que lo hagan, para que puedan seguir trabajando. Pero la industria se queja: "Los conservacionistas no quieren que nos ganemos la vida". En realidad es al revés: No, quieren evitar que te suicides.
    En fin. Si después de esto a alguno todavía le sigue pareciendo un disparate inasumible esto de clausurar la altamar, algo imposible de llevar a cabo, Daniel Pauly nos recuerda que allá por los años 60 y 70 la gente se burlaba de los países que por primera vez declararon una Zona económica exclusiva en sus aguas... una medida que menos de 20 años después se convirtió en ley internacional.
     
    Un cerquero arrasando las aguas del Índico en las Seychelles. Fuente: blueecologyseychelles.org.

    _______________________________
    ¹Peter H. Tyedmers, Reg Watson & Daniel Pauly (2005). Fueling Global Fishing Fleets. AMBIO: A Journal of the Human Environment, 34(8), 635-638. DOI: 10.1579/0044-7447-34.8.635. Puede descargarse un buen artículo resumen en PDF desde la página de Sea Around Us-PDF.
    ²Entre 1950 y 2014 las flotas de Taiwán, Corea del Sur, España y China ampliaron entre 2000-4000 km la distancia media desde sus puertos base hasta sus zonas de pesca. Habiendo llegado prácticamente al límite de su expansión geográfica, pasando del 60 al 90% de la superficie del océano, desde mediados de los 90 las capturas han caído un 22%. Véase David Tickler, Jessica J. Meeuwig, Maria-Lourdes Palomares, Daniel Pauly & Dirk Zeller (2018). Far from home: Distance patterns of global fishing fleets. Science Advances, vol. 4 (8), eaar2379. DOI: 10.1126/sciadv.aar3279.
    ³Esto está ocurriendo aquí mismo, en las costas del llamado primer mundo o mundo desarrollado, en Europa. Según se desprende de un informe de la Comisión Europea, alrededor del 40% de las poblaciones de peces del Atlántico y un 87% del Mediterráneo se pescan de forma insostenible. Una vez más, los países europeos incumplen la propia normativa pesquera comunitaria que les obligaba a terminar con la sobrepesca antes del 2020. Ver nota de prensa de la organización Oceana publicada el pasado 11 de abril.
    Un reciente trabajo basado en el análisis de los datos del sistema AIS (Automatic Identification System) en buques pesqueros durante los años 2015 y 2016 revela que nada menos que el 97% de la pesca rastreable en altamar estaba en manos de países desarrollados. En orden de importancia, los cinco principales países pesqueros son China, Taiwán, Japón, Corea del Sur y España. Solo China y Taiwán suponen el 52% de la pesca en altamar. Douglas J. McCauley, Caroline Jablonicky, Edward H. Allison, Christopher D. Golden, Francis H. Joyce, Juan Mayorga & David Kroodsma (2018). Wealthy countries dominate industrial fishing. Science Advances, vol. 4 (8), eaau2161. DOI: 10.1126/sciadv.aau2161
    El 78% de los buques pesqueros rastreados por AIS en las ZEE de países pobres o en vías de desarrollo pertenecían a países ricos. Ibíd.
    Crow White & Cristopher Costello (2014). Close the High Seas to Fishing? PLoS Biology, 12(3): e1001826. https://doi.org/10.1371/journal.pbio.1001826.

    Obsolerus, el tiburón perdido

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    Arriba: Holotipo del Carcharhinus obsolerus (hembra inmadura de 433 mm). Abajo: Dibujo de Lindsay Marshall. Fuente: White, Kyne & Harris, PLoS ONE, 2019.
    Cuando oímos hablar de tiburones extintos, de manera automática nuestra imaginación se traslada varios millones de años atrás hacia un mundo poblado por extrañas criaturas que terminan desapareciendo en momentos de colosales extinciones masivas. Pocas veces pensamos en casos como el que hoy os presento: un tiburón que muy posiblemente acaba de extinguirse o más bien que muy posiblemente acabamos de extinguir— sin haberlo conocido en vida, sin saber que lo teníamos ahí mismo, delante de nuestros ojos, enganchado en nuestras redes y palangres, hace apenas 80 años.
         Se trata del Carcharhinus obsolerus, recién descrito como especie por William T. White, Peter M. Kyne y Mark Harris en un trabajo publicado en enero de este año 2019 con un título bien elocuente: Lost before found: A new species of whaler shark Carcharhinus obsolerus from the Western Central Pacific known only from historic records, "Perdido antes de ser encontrado: Una nueva especie de carcharhínido del Pacífico Centro-Occidental solo conocido por registros históricos", (PLoS ONE 14(1): e0209387. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0209387).
         Este caso es muy interesante por un doble motivo. Por un lado, ejemplifica muy bien las dificultades taxonómicas que todavía siguen planteando ciertos grupos de tiburones, pese a los indudables avances en taxonomía y en biología molecular. Incluso un género tan en apariencia sencillo como Carcharhinus (a él pertenecen tiburones tan archiconocidos como el jaquetón oceánico, C. longimanus, o el jaquetón toro, C. leucas) incluye subgrupos particularmente complejos, precisamente como el grupo porosus al que pertenece la nueva especie, que todavía hoy siguen siendo objeto de una importante revisión. Por el otro, nos informa de la urgente necesidad de avanzar en el conocimiento de la biodiversidad de cada tramo de océano, de conocer cuántas especies existen realmente y cómo es su biología, a fin de evaluar correctamente el impacto que las actividades humanas tienen sobre ellas y, a partir de ahí, diseñar estrategias para evitar que se extingan, que desaparezcan para siempre.

    Perdido antes de ser encontrado. El obsolerus es un carcharhínido de pequeño tamaño perteneciente a un grupo de especies muy parecidas entre si. Su descripción está basada tan solo en tres ejemplares inmaduros capturados hace más de 80 años y conservados en etanol en dos instituciones de historia natural: el holotipo, una hembra juvenil de 433 mm recogida en Bangkok, Tailandia, en fecha desconocida, guardada en el Museo de Historia Natural de Viena; otra hembra juvenil de 370 mm encontrada en 1897 en Sarawak, en el Borneo Malayo, y un embrión a término de 339 mm recogido en Ciudad Ho Chi Minh, Vietnam, en 1934, que constituyen los paratipos¹, ambos procedentes de la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia. Desde entonces hasta hoy no hemos vuelto a tener noticias de él, pese a los numerosos muestreos científicos que han venido realizándose en esta zona del planeta.
         Su nombre específico alude a esta circunstancia: la voz latina obsolerus significa "extinto"; y el nombre común en inglés que proponen los autores es también bastante significativo: Lost shark, el tiburón perdido.

    Dientes superiores e inferiores del paratipo de 370 mm. Fuente: White, Kyne & Harris, PLoS ONE, 2019.
    ¿Por qué ahora sí y antes no? Es decir, ¿por qué ha habido que esperar tanto tiempo para constatar que se trata de una especie nueva? Pues básicamente porque se han conjugado dos circunstancias: la urgencia y el conocimiento.
         Lo cierto es que el obsolerus siempre planteó algún que otro quebradero de cabeza a los especialistas, que no tenían muy claro qué hacer con él. La hembra inmadura de algo más de 43 cm que ahora se ha convertido en holotipo presentaba caracteres morfológicos que no encajaban del todo en ninguna de las especies a las que tanto se le parecía. Sin demasiado convencimiento, fue tentativamente clasificada como tiburón poroso (Carcharhinus porosus), por más que la zona de distribución conocida para esta especie Atlántico W y Pacífico E quedaba bastante lejos del lugar donde presumiblemente había sido capturada. Por su parte, otros autores la incluyeron en sus catálogos como especie potencialmente nueva, aunque sin nombre. Quienes tengáis a mano la guía de Compagno, Fowler y Dando del 2005 (Guía de campo de los tiburones del mundo, ed. Omega), podéis comprobar cómo figura ya como Carcharhinus sp. A, con el nombre común de false smalltail shark, o sea, falso tiburón poroso:
    Muy raro, sólo se conocen 3 ejemplares, recogidos en mercados de pescado, el último de 1934. Colocado antes en la especie C. porosus, pero tiene el morro más corto y obtuso, 1ª dorsal más grande y más anterior, pectorales mayores y diferencias en el cráneo.
    Sin embargo, este Carcharhinus sp. A ya no aparece en publicaciones posteriores tan importantes como la edición de 2013 de Sharks of the World, a cargo de Ebert, Fowler, Compagno y Dando, o el catálogo de condrictios de Weigmann del 2016².
         El punto clave en esta pequeña historia ha sido la ausencia de ejemplares adultos sobre los que sustentar una descripción científica. Establecer una especie basándose únicamente en dos juveniles y en un embrión a término parecía un poco arriesgado, lo más prudente era esperar. Pero ningún espécimen más ha vuelto a aparecer, ni adulto ni juvenil, pese a que a partir de 1982 los estudios de biodiversidad y de composición de capturas se incrementaron notablemente en diversas áreas del Sudeste Asiático, incluidas las localidades de los tres ejemplares recogidos. Esta alarmante falta de registros, unida al hecho de que el obsolerus pertenece a un grupo de especies costeras de elevadísimo valor comercial que, por si fuera poco, habitan en una zona sometida a una brutal presión pesquera, en demasiadas ocasiones no regulada o directamente ilegal, es el factor que llevó a los autores de este trabajo a no demorar más la espera y darle al Carcharhinus sp. A un nombre y una entidad propias: Carcharhinus obsolerus, un tiburón que puede que ya no exista.

    Izq: Vistas lateral y ventral de la cabeza del holotipo de C. obsolerus. Dcha: Radiografía de la cabeza del paratipo de 370 mm. Fuente: White, Kyne & Harris, PLoS ONE, 2019.
    Otro elemento esencial ha sido el conocimiento. A lo largo de estas últimas décadas los instrumentos taxonómicos se han afinado muchísimo ligados a un profundo avance en el conocimiento científico de estos animales —en particular, el desarrollo de la biología molecular ha sido definitivo, si bien en este caso la descripción del obsolerus es puramente morfológica—. Ello ha permitido el descubrimiento de un gran número de especies nuevas, así como la puesta en marcha de fecundas revisiones taxonómicas que están tratando de poner orden en taxones tan complejos, parcial o totalmente, como los géneros Squalus, Centrophorus, o el propio Carcharhinus, resucitando especies que anteriormente se consideraban no válidas, o, por el contrario, desechando otras al descubrirse que eran sinonimias de algunas ya descritas. Más de 180 especies nuevas de condrictios (grupo en incluye a quimeras, rayas y tiburones) se describieron en solo 10 años, entre 2002 y 2012, y más de 80 desde entonces hasta hoy. En general, más del 20% de las especies actuales de tiburones y rayas se han descrito a partir del año 2002.

    ¿Y ahora qué? White, Kyne y Harris han construido su descripción científica del C. obsolerus sobre una exhaustiva lista de caracteres morfológicos y merísticos, que posteriormente han comparado con los de especies muy próximas: el tiburón de Borneo (Carcharhinus borneensis) tal vez el tiburón al que más se le parece, el tiburón trompudo (Carcharhinus macloti), el tiburón poroso (C. porosus) y el Carcharhinus cerdale, resucitado hace pocos años como especie diferente de la anterior.
         Ahora que disponemos de información y de herramientas para su identificación, es urgente que la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) se ponga manos a la obra en la tarea de evaluar la situación actual real del C. obsolerus. 
         Los tiburones del subgrupo porosus en el que se inserta esta especie se caracterizan por su pequeño tamaño, su baja tasa reproductiva y, lo preocupante, porque suelen habitar aguas costeras poco profundas expuestas a una frenética actividad pesquera sin control.


    Miles de pequeños tiburones en un mercado de Indonesia. Foto tomada de la página Ocean Sentry.
    ¿Perdido para siempre? Quizá no. La falta de registros en casi 85 años no implica necesariamente que el obsolerus se haya extinguido. El trabajo menciona el caso del tiburón de Borneo (C. borneensis), que fue redescubierto en Sarawak en el 2004 tras casi 80 años sin tener noticias de él, desde 1937.
         Dicen que la esperanza es lo último que se pierde... Pero no dejo de pensar cuántas especies no habremos perdido ya para siempre, sin saberlo.
    Mm
    ____________________________________
    ¹El holotipo de una especie es el ejemplar sobre el que un autor realiza su descripción original. El paratipo o paratipos son aquellos ejemplares distintos del holotio citados en la descripción original.
    ²Véase David A. Ebert, Sarah Fowler, Leonard Compagno & Marc Dando (2013). Sharks of the World: A Fully Illustrated Guide. Wild Nature Press, Plymouth; S. Weigmann (2016). Annotated checklist of the living sharks, batoids and chimaeras (Chondrichthyes) of the world, with a focus on biogeographical diversity. Journal of Fish Biology, doi: 10.1111//jfb.12874. 

    Viseras (Deania) en la ría de Arousa

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    Recorrer la playa cuando hace mal tiempo siempre tiene sus recompensas. El mar arroja a la orilla los más diversos objetos y restos de algas y animales con los que a veces nos gusta intentar construir una imagen de lo que el océano oculta a nuestra vista, como si fuesen pinceladas de un paisaje impresionista. Un paisaje repleto tal vez de misterio, tal vez de inquieta belleza, y muchas veces de deprimente desolación.
         Ayer por la tarde un amigo me envió un mensaje con la siguiente fotografía, hecha por un conocido suyo que se había encontrado un extraño pez en la playa. Quería saber qué era.


    Mi sorpresa fue grande, porque parecía una visera (Deania calcea), conocida en Galicia como paxariño, sapata, o, más localmente, como pico pato. Me fue imposible examinar el ejemplar, pero esta misma tarde, hace unas pocas horas, pude confirmar su identidad, cuando el mismo amigo me envió un nuevo mensaje comentándome que había otros dos bichos más en otro punto de la misma playa de Coroso, en Riveira. Allá me fui, como una centella.
         En efecto, eran dos hembras de cerca de 90 cm que, a juzgar por su aspecto (y olor), debían de llevar varios días a la deriva; tenían, además, varias señales de haber sido depredadas. Alguien las había recogido de la orilla y depositado sobre una roca. Es probable que el ejemplar de ayer fuese también otra hembra en las mismas condiciones, puesto que estos tiburones posiblemente forman grupos con segregación sexual.
         La visera es una especie demersal aguas profundas relativamente común en el cantil y talud superior, sobre todo entre los 400 y los 900 m. ¿Qué hacían en la playa dentro de la ría? La respuesta es evidente: venían de un descarte.
         Este tiburón tiene un aspecto único, especial, con ese largo morro espatulado repleto de sensores eléctricos para cazar en la oscuridad de las aguas profundas. Se alimenta principalmente de pequeños peces, cefalópodos, gambas y camarones y cuenta con dos fuertes espinas al comienzo de las dos aletas dorsales, cuya función es básicamente defensiva. Si queréis conocer algo más sobre esta especie, pinchad aquí: Visera (Deania calcea).




    Las poblaciones europeas de Deania calcea se encuentran en peligro según la UICN por más que apenas tiene valor comercial. El motivo es el tremendo impacto de la pesca de profundidad, sobre todo el arrastre de fondo, que arrasa millas y millas de fondo marino sin ningún tipo de control.
         Imaginad una partida de caza. Un grupo de cazadores que se reúne a la entrada de un bosque con el propósito de cazar conejos. Pero para ello, en vez de entrar cada uno con su escopeta, lo que hacen es amarrar cada extremo de una larguísima red a dos inmensas y potentes máquinas tipo excavadora. Separadas entre si varias decenas de metros, se ponen en marcha y se internan en el bosque arrasando árboles y plantas de todo tipo, atrapando todo tipo de criaturas... y también algunos conejos. Al cabo de varios cientos de metros,  dejando tras de si una larga estela de tierra arrasada, los cazadores se guardan los conejos y tiran todo lo demás. ¿Os lo podéis imaginar? Pues así funciona el arrastre de fondo.
         Estas viseras formaban parte, casi con toda seguridad, de los descartes de uno de estos lances de arrastre. Un lance que se llevó consigo todo un grupo de hembras a punto de entrar en la madurez reproductiva, truncando así varias generaciones futuras.
         A veces, recorrer la playa tras un temporal puede llegar a ser muy deprimente.

    Galicia de tintoreras 2019: Preguntas y respuestas

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    Muros, viernes 16 de agosto.
    Muros es un precioso pueblo al que siempre me gusta volver, en cualquier momento del año. Nunca defrauda. Aunque hay días que son especiales, maravillosos, como el pasado viernes 16. Una jornada inolvidable que pude disfrutar en la mejor compañía: ajenas al bullicio de la gente de veraneo, de los puestos del mercadillo y de una pequeña feria montada en el malecón, allí estaban las pequeñas quenllas (tintoreras, tiburones azules, Prionace glauca, como se prefiera)... un año más.
         Nadaban cerca de la superficie, rozando las paredes del muro cubiertas de algas con movimientos sinuosos y lentos de extraordinaria elegancia, "como si de algún modo fuesen conscientes de la belleza de su propio movimiento deslizándose a través de la lámina de agua y se recreasen en él" (a veces la mirada de una bailarina consigue describir mejor la realidad).
         El público era escaso. Algunas personas miraban sin ver, sobre todo los mayores; los niños, en cambio, las identificaban al instante: "¡Un tiburón! ¡¡Mamá, un tiburón!!"; algún viejo mariñeiro se asomaba, despachaba el tema con un "Ah, esa é unha quenlla" y seguía de largo. Y nosotros... pues fascinados.


    Por sexto verano consecutivo, Galicia está siendo visitada por un número importante de juveniles de tintorera, en su mayoría pequeñas crías de unos 50-60 cm, algunas de ellas neonatos con pocas semanas de vida (conservan todavía la cicatriz del cordón umbilical entre las aletas pectorales [véase Una cría de tintorera en Corrubedo]), que vienen aquí posiblemente para alimentarse: turismo gastronómico, como diría el gran Gorka Ocio. Las estamos encontrando todo a lo largo de nuestras costas: alrededor de Ons, de Cíes, Sálvora, illas de San Pedro... en las rías de Aldán, Arousa, Muros y Noia, Ares... en las playas (Razo, Balarés, San Francisco, Doniños, Valcobo, Camariñas, Caldebarcos, por citar solo algunas). Tal vez con más incidencia por el norte: desde la Costa da Morte hasta Ferrol. Se acercan hasta la misma orilla, a veces varan en la arena, algunas incluso se han quedado atrapadas en una charca intermareal; se internan en muelles como los de Portosín, Sada... y Muros.
         Cada vez son más las personas que han aprendido a convivir con ellas y a disfrutarlas. Algunos se animan incluso a agarrarlas con cuidado para llevarlas de vuelta al mar cuando las ven despistadas nadando en dirección contraria, hacia a la playa. Muchos pescadores las devuelven con vida; y muchísimas personas simplemente las observan extasiadas y las graban con sus cámaras y móviles, conscientes del privilegio de contemplar en directo a un animal de tal belleza.
         Sin embargo, hay todavía demasiada gente que tiene miedo —a veces verdadero pánico— y rechaza la sola idea de compartir la playa con estas pequeñas quenllas. Hay quien las mata gratuitamente y además defiende que se las mate. Algún periódico como La Voz de Galicia sostiene que es una pena que la flota no tenga carta blanca para capturarlas y explotarlas industrialmente. Salvo estos dos últimos, la gran mayoría de los casos son consecuencia de la ignorancia y la desinformación. Hay preguntas que nunca parecen tener una respuesta suficientemente clara.


    ¿POR QUÉ VIENEN? No lo sabemos al 100%. Galicia es una tierra —mejor dicho, un mar— de quenllas; siempre han estado ahí, a muy poquitas millas de la costa. Sin embargo, el que acerquen tanto a la orilla es un fenómeno reciente para el que todavía no hay una explicación definitiva.Desde luego, no vienen aquí para morir, como se está escuchando en diversos medios; vendrán a alimentarse y crecer, que es lo que hacen todas las crías del reino animal, pero no a palmarla. Puede que simplemente se haya producido un incremento de sus poblaciones que esté empujando a los más jóvenes cada vez más hacia la costa, o puede que todo esto se deba a algún tipo de cambio en las condiciones ambientales. Con el tiempo lo averiguaremos. De momento solo sabemos que están aquí... y que son preciosas. [Tintoreras en la costa gallega]

    ¿SON PELIGROSAS?Rotundamente NO. Estas crías son absolutamente inofensivas, no suponen ningún riesgo para las personas. Podemos meternos en el agua con total tranquilidad en su compañía. Para ellas somos bichos enormes con los que conviene guardar las distancias. Cuando nos acercamos escapan. No les interesamos lo más mínimo, ni para un pincho. Son tímidas y precavidas.
         Las autoridades competentes deberían hacer un esfuerzo para informar a la opinión pública sobre este tema (ya ni hablemos de la prensa), y sobre todo para formar a los equipos de socorristas que, con toda su profesionalidad y buena fe, velan por la seguridad de las playas, no siempre en las mejores condiciones y en ocasiones enfrentándose a no pocos bañistas que creen saber más que ellos. No debería volver a repetirse lo ocurrido esta semana en la playa da Frouxeira, cuando ante la presencia de un grupo de tintoreras (¡no eran marrajos!) se decidió sacar a la gente del agua y cerrar temporalmente la playa, como en una película de Hollywood. Lo único que se consigue con este tipo de actuaciones es, como poco, crear una alarma injustificada y fomentar el pánico que mucha gente sigue sintiendo hacia estos tiburones... además de dar alpiste a la prensa para los titulares sensacionalistas que tanto les gustan [véase, por ejemplo, el artículo Sobre la supuesta "plaga" de tintoreras en Galicia.]

    ¿Y SUS PAPÁS Y MAMÁS? Los papás se quedan muy lejos, muchos del otro lado del Atlántico. Y las mamás... vienen hasta unas pocas millas de la costa, paren y se largan. No vienen a la playa. Siguen su camino. Así que no hay motivo para la preocupación. La tintorera es un tiburón de hábitos oceánicos: a medida que crece se aleja más y más de nosotros. Ya está. No hay peligro.

    Una pena que el agua estuviese tan sucia. Además de plásticos y porquería de todo tipo y condición, alguien tuvo la feliz idea de vaciar el cenicero de su coche o embarcación directamente en el agua.
    ¿QUÉ HACER EN CASO DE ENCONTRARNOS CON QUENLLAS? Lo más importante: respetarlas. Son animales salvajes y tienen dientes, pequeñitos como ellas, pero dientes al fin y al cabo. Hay que dejarlas tranquilas, no acosarlas, ni agarrarlas de la cola.
         Después:
    1) Si vemos que se empeñan en nadar hacia la orilla incluso hasta quedar varadas, podemos agarrarlas con una toalla y llevarlas al mar. Nunca levantarlas por la cola, porque se revuelven y pueden morder, y además podemos causarles alguna lesión.
    2) En caso de pesca accidental, liberar, al ejemplar o ejemplares... vivos (parece una obviedad, pero no lo es).
    3) En las playas, siempre informar a los socorristas y seguir sus indicaciones. Ellos son quienes gestionan nuestra seguridad.
    4) Comunicar nuestras observaciones. Mejor si van acompañadas de imágenes y de todos los datos que podamos reunir: fecha, lugar, nº de ejemplares, talla aproximada, sexo... Es importante que en las fotos aparezca algún objeto de referencia como una moneda o un mechero, para estimar la talla, y también hacer fotos de la superficie ventral para determinar el sexo (NUNCA MANTENGAMOS A UN TIBURÓN FUERA DEL AGUA SOLO PARA HACER FOTOS; cuando está vivo, tiene que estar en su medio). Tenéis diversas opciones:
    • Llamar al 112 (es una llamada gratuita).
    • Llamar al teléfono de la Rede de Varamentos de Galicia o mandando whatsapp con foto al 686989008.
    • Comunicación a Tiburones en Galicia, bien a la dirección de correo apristurus69@gmail.com, bien mensaje a la página de facebook.
    • Mensaje a la página de facebook de Ecoloxía Azul - Blue Ecology.
    • Mensaje a la página de la CEMMA.
    5) Disfrutar de la visita. Ser conscientes de lo privilegiados que somos los gallegos y quienes nos visitan por tener a estos maravillosos peces tan cerquita de nosotros.

    Por supuesto, volveremos siempre a Muros. Mm.
    Muros nunca defrauda. El día anterior habían visto "3 o 4", según un testigo, ayer mismo 3, el martes anterior "4 o 5". Por lo visto llevaban ahí casi tres semanas. Volveremos, como las quenllas. Mirad este artículo:
    Agosto de tintoreras 2015.


    En el canal de Youtube de Tiburones en Galicia podéis encontrar tres vídeos de la jornada de antes de ayer... y muchas otras cosas.

     

    Diferenciando marrajos de tintoreras

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    Marrajo (Isurus oxyrinchus) y tintorera (Prionace glauca). Foto: Andy Murch, Elasmodiver.
    Hace unos días la playa da Frouxeira fue clausurada durante varias horas debido a la presencia de un grupo de pequeños tiburones. El coordinador de playas de Valdoviño explicó a la prensa que se trataba de "seis o siete tiburones mako", lo cual originó un debate en la prensa y en las redes sociales repleto de inexactitudes y de confusión. En realidad eran pequeñas crías de tintorera, absolutamente inofensivas, y no makos (término con el que en inglés se conoce al marrajo); pero parece que por lo que sea esta palabra tiene gancho, yo creo que tal vez porque genera más inquietud entre el público, tiene una especie de aura hollywoodiense, y algunos empezaron a ver makos por todas partes, y por extensión, marrajos.
         Aunque las diferencias entre ambas especies son notables (no en vano pertenecen a diferente orden y familia), he observado que a mucha gente les cuesta distinguirlas, o tienen bastantes dudas al respecto. De hecho, empecé a recibir bastantes preguntas acerca de ello, sobre todo a través de la página de Facebook de Tiburones en Galicia. De ahí este pequeño artículo, que espero sea de utilidad. Como su objetivo es divulgativo, no especializado, he seleccionado unicamente aquellos rasgos morfológicos que resultan más apreciables a primera vista.

    1. FORMA CORPORAL Y ALETAS.
    La tintorera pertenece al orden Carcharhiniformes, familia Carcharhinidae; por tanto está emparentada con el tiburón gris (Carcharhinus plumbeus), tan abundante en los acuarios, y con el tiburón tigre (Galeocerdo cuvier) que tanto sale en los documentales. El marrajo pertenece al orden Lamniformes, familia Lamnidae, la misma que su primo hermano el tiburón blanco (Carcharodon carcharias), con el que tanto miedo nos han metido; el parecido entre ambos es innegable, pero ni son la misma especie ni tienen las mismas costumbres alimentarias, así que todo el mundo tranquilo.

    Foto de arriba: George Karbus Photography. Foto de abajo: Patrick Doll, Wikimedia Commons (editada).
      ➪1. La tintorera tiene un cuerpo más esbelto y alargado que el del marrajo, que es fusiforme, con forma de proyectil, y mucho más compacto y recio. Esto se traduce en sus diferentes formas de nadar: la tintorera es mucho más elegante, de movimientos mucho más sinuosos y lentos, mientras que el marrajo es más "duro" y nervioso.
        ➪2. Las 5 aberturas branquiales de la tintorera son cortas, mientras que las del marrajo son mucho más grandes.
          ➪3. Aletas pectorales largas como alas en la tintorera, más cortas en el marrajo.
            ➪4. La primera aleta dorsal de la tintorera es más baja y está en posición más retrasada (más o menos a media distancia entre las pectorales y las pélvicas) que la del marrajo, cuyo origen se sitúa aproximadamente sobre el borde posterior de la pectoral.
              ➪5 y 6. La segunda aleta dorsal y la aleta anal son diminutas en el marrajo, y más altas y fácilmente apreciables en la tintorera.
                ➪7. El pedúnculo caudal (*) del marrajo está reforzado por dos fuertes quillas laterales, ausentes en la tintorera (véase detalle en la foto de pie de página).
                  ➪8. La aleta caudal de la tintorera es heterocerca (es decir, su lóbulo superior es mucho más largo que el inferior), mientras que en el marrajo es homocerca (lóbulos superior e inferior casi idénticos), en forma de media luna, como corresponde al gran velocista que es. Otros velocistas como los atunes presentan también una caudal homocerca, magnífico ejemplo de convergencia evolutiva.

                  Nadando en superficie. Tintorera en el muelle de Muros Mm y, superpuesta, fotografía de un marrajo acercándose a una lancha (foto de Adam Dickinson).

                    Color: El marrajo tiene un color azul acero en la superficie dorsal, más claro en los costados, y la superficie ventral muy blanca. Los cambios de color están bien delimitados.
                         La tintorera es de un azul intenso y brillante, más oscuro en el dorso y los costados y blanco en la parte ventral. Los cambios de color son graduales, difuminados. 

                    2. CABEZA y DIENTES.
                    El cuerpo fusiforme del marrajo remata en un característico morro cónico muy afilado. El morro de la tintorera, en cambio, es más alargado y está aplanado dorsoventralmente.

                    Arriba: Marrajo (foto: KF60AK CC BY-SA 2.0). Abajo, tintorera (foto: Toño Maño).
                    Pero sin duda lo que llama la atención es la boca... y los dientes. En el marrajo, los dientes, grandes y largos, asoman de la mandíbula inferior, bien visibles, incluso con la boca cerrada. Poseen una sola cúspide de bordes lisos y afilados, y están inclinados como ganchos hacia el interior de la boca. Por su espectacularidad, sus mandíbulas suelen prepararse y exhibirse como un trofeo.
                         Otro rasgo importante del marrajo es que sus grandes ojos carecen de membrana nictitante (un párpado que protege el ojo cuando el animal se abalanza sobre una presa). En su lugar, los lámnidos giran el ojo hacia atrás cuando van a morder.

                    Marrajos. Foto superior tomada de www.malaga.es. Foto inferior de fuente no localizada (editada).
                    Comparativamente, los dientes de la tintorera son más pequeños, y es difícil apreciárselos con la boca cerrada o incluso semiabierta. Son triangulares, de una sola cúspide inclinada, y tienen bordes aserrados.
                         Como todos los miembros de su familia, las tintoreras poseen membrana nictitante, a diferencia de los marrajos. En la primera fotografía de abajo se la puede apreciar claramente cubriendo a medias el ojo de un ejemplar capturado con palangre.

                    Tintoreras. Fotos: Toño Maño.
                    OTROS DATOS INTERESANTES
                    La tintorera mide al nacer entre 35-44 cm y puede llegar a alcanzar los 380 cm. Es vivípara placentaria con camadas de 4 hasta 135 crías, si bien por lo común rondan las 15-30.
                         El marrajo mide entre 60-70 cm al nacer y puede superar los 400 cm de longitud total. Es vivíparo aplacentario (ovovivíparo) con camadas de unos 4 a 25 crías.

                    Tintorera con marrajo en la distancia. Foto tomada de un artículo de Kathryn Curzon publicado en www.paralenz.com.
                    ______________________________________________________________ 

                    (*) El pedúnculo caudal:
                    Detalles del pedúnculo caudal de un marrajo (izq), con las características quillas laterales, y de una tintorera (dcha), donde se puede apreciar la foseta precaudal en forma de media luna. Fotos de Gonzalo Mucientes (izq) y de Toño Maño (dcha).
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